En
las últimas semanas la plataforma UBER se instaló en el escenario
político y ha sido preocupación del Gobierno Nacional, Intendencias,
Parlamento, Movimiento Sindical y de la Patronal de Taxis. Como
corresponde, ha estado en la agenda diaria de los medios de
comunicación; prensa, radio, televisión y redes sociales.
Han circulado informaciónes, entrevistas, publicaciones, tertulias, opiniones múltiples, y muchos "me gusta" y unos pocos caracteres.
El
17 de nov. en UyPress, un interesante artículo del cro. Esteban
Valenti, que en términos generales me pareció plenamente compartible,
dando respuesta a un "objetivo no declarado" y sus más que posibles
consecuencias.Han circulado informaciónes, entrevistas, publicaciones, tertulias, opiniones múltiples, y muchos "me gusta" y unos pocos caracteres.
También tuve oportunidad de escuchar la entrevista que le realizaran en el programa "de 10 a 12" de Radio Uruguay - Sodre.
En tal sentido y para quienes se interesen por los temas ideólogicos, lejos de los "pragmatismos" a que nos llaman algunas personalidades políticas, y se sientan tentados a leer algo más de 140 caracteres, adjuntamos texto al respecto de Aldo Scarpa del cté. "28 de noviembre" - Frente Amplio.
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ALGUNAS CONSIDERACIONES TEÓRICAS A RAÍZ DEL ARTÍCULO DEL
CRO. GROMPONE SOBRE UBER – Diciembre de 2015
En el artículo del Ing. Grompone sobre UBER todo aparece
invertido, “patas para arriba”. Apoyándose en “El Capital” Grompone plantea una
definición de capitalismo: “es una sociedad de clases donde el trabajador es
asalariado”. El Capital son tres gruesos
tomos, sin olvidar el resto de la voluminosa obra de Marx y Engels. Toda
definición correcta es una síntesis brillante. Pero, por eso mismo, toda definición
“cojea”. Es preciso escudriñar en ella todo lo que está implícito, no
desarrollarlo explícitamente. La definición propuesta es correcta; con el
capitalismo el trabajo asalariado devino la forma fundamental de producción de
la riqueza social. Pero, esto por si
solo puede resultar unilateral, antidialéctico, y esto si puede conducir a
grandes errores teóricos y políticos. Si en el capitalismo el trabajo
asalariado es la forma por excelencia de
producción de la riqueza social es porque el capital ha devenido la forma
exclusiva de la riqueza social, ha establecido su poder hegemónico. Este es el
otro elemento fundamental en la definición del capitalismo propuesta que está
“oculto”, implícito. Pero que, para el marxista debe asumirse como dado,
sobrentendido.
Porque si bien es cierto, como dice Grompone, que toda
sociedad de clase supone la propiedad privada sobre los medios de producción,
también lo es que la forma de la riqueza
social sobre la que se ejerce esa propiedad no es la misma. Por eso no se puede
obviar la forma y el contenido histórico - concreto de esa propiedad
privada. Por eso el marxismo establece
con rigurosidad el tipo de sociedad de que se trata en cada momento histórico,
por ejemplo: sociedad esclavista, feudal o capitalista. Toda definición es una
generalización, una abstracción. Pero todo proceso de abstracción es “correcto” para el marxismo si se eleva de lo
abstracto a lo concreto en el pensamiento.
Resulta insoslayable el establecimiento riguroso de qué tipo
de propiedad privada se trata, sobre qué forma de la riqueza social se ejerce
esta propiedad (no ha de ser casualidad que a los distintos tipos de sociedades
se las conoce por la forma de la riqueza social y propiedad sobre la misma:
esclavista, feudal, capitalista,… socialista o comunista). Soslayar esta tarea
puede llevarnos a graves errores, por no decir, a “disparates” políticos; de la
`propiedad feudal sobre los medios de producción solo podía surgir, surgió, la
propiedad burguesa y la revolución burguesa; de la propiedad burguesa sobre los
medios de producción solo podrá surgir la revolución de los asalariados y la
propiedad social sobre los medios de producción.
Que el trabajo asalariado no surge con el capitalismo es de
Perogrullo. Más, aquí nos vemos obligados a recordarlo. El trabajo asalariado
aparece en etapas precedentes de la evolución de la sociedad y permanecerá
todavía (al igual que en cierta medida el capital y el mercado), como
componente del desarrollo de la sociedad más allá del capitalismo, en ese largo
proceso de “transición”, en esa etapa histórica que separa el modo de
producción capitalista del comunista. Sin embargo, el cro. Grompone prevé y
está consustanciado con “la destrucción del trabajo asalariado” como resultado
mecánico de la evolución económica del capitalismo. Una verdadera “anticipación utópica”. Pero; ¿se trata de “destruir el trabajo
asalariado” o de destruir el capital?
El “capitalismo global”, fenómenos como UBER, estarían
cumpliendo, para el cro. Grompone, la profecía de “El Manifiesto”: “el
capitalismo crea su propio sepulturero”.
La “profecía” de ”El Manifiesto”,
tal como se cita en el artículo es correcta. Pero, al mismo tiempo, es una verdad a
media. Marx y Engels “no solo
profetizan” que en el propio seno del capitalismo nace y se desarrolla un
“sepulturero” en general, un sujeto abstracto; sino que lo identifican. Se trata de un “sujeto” concreto, real,
vivo. El “sepulturero” del capitalismo según
“El Manifiesto” es el proletariado, la masa de los trabajadores asalariados:
“Pero la burguesía no ha forjado solamente las armas que han de darle
muerte; ha producido también a los hombres que empuñarán esas armas, los
obreros modernos, los proletarios”.
“De todas las clases que se enfrentan con la burguesía solo el proletariado
es una clase verdaderamente revolucionaria”.
El problema que se le presenta a Grompone es que quiere
liquidar al “sepulturero” antes de enterrar al muerto (sabemos, todo parece
indicarlo, que desde este punto de vista el enfermo va a morir de “muerte
natural”, por pura vejez, por su propia evolución).
Por cierto, el “sepulturero” puede cumplir con tan ingrata
pero necesaria tarea histórica porque es capaz de reunir bajo su dirección a un
conjunto de reacios “colaboradores”, que, insistentemente, recaen en esta
actitud y se cuestionan su “colaboracionismo”.
Todas estas capas de “colaboradores” “no son revolucionarias, sino
conservadoras, más todavía son reaccionarias…”, dice el mismo “Manifiesto” al
que hace referencia Grompone:
“Son revolucionarias únicamente cuando tienen ante sí la perspectiva de
su tránsito inminente al proletariado, defendiendo así no sus intereses
presentes sino sus intereses futuros, cuando abandonan sus propios puntos de
vista para adoptar los del proletariado”.
Sin embargo, el cro. Grompone identifica un nuevo
“sepulturero” aparentemente nacido en el “capitalismo global”, con fenómenos
como UBER: “los trabajadores independientes dueños de sus medios de
producción”. Pero veamos más de cerca
este “descubrimiento”. Dejando todo
eufemismo o lenguaje metafórico; ¿cuáles son estos sectores “conservadores, más
aún reaccionarios” a los que se refiere “El Manifiesto”? Pues, precisamente se trata de:
“Las capas medias – el pequeño industrial, el pequeño
comerciante, el artesano, el campesino,…”.
¿Dónde ubicaríamos con Marx y Engels (¡y con el cro.
Grompone!), a este “novísimo” actor social; “el trabajador independiente dueño
de su medio de producción”? ¿En qué
lugar de la estructura social? Ni más ni
menos que en estas capas medias.
Dice Grompone: “La sociedad de la información y las nuevas
empresas capitalistas que manejan solamente información están haciendo
simultáneamente dos cosas. Por un lado están creando nuevas empresas
capitalistas virtuales, sin locales, sin fábricas ni países y trabajadores
asalariados. Por otro lado, están
transformando cada vez más nuevos sectores de trabajadores asalariados en
independientes”.
Si la interpretación que hace Grompone de la evolución
actual del capitalismo fuera correcta supondría enormes consecuencias nos solo
económicas y sociales, sino políticas e ideológicas. Y habría que ser coherentes y “valientes”;
aquí no se trataría de “renovar” el marxismo, sus tesis y previsiones básicas
estarían cuestionadas. Pues, el marxismo
no se agota en la previsión, tan general, de que el capitalismo en su evolución
profundiza y crea nuevas contradicciones que amenazan su sobrevivencia y, por
otro lado, “crea sus propios sepultureros”.
En primer lugar, si la tendencia es la que plantea Grompone,
la previsión de Marx y Engels habría sido refutada.
Uno, la sociedad
capitalista no tendería a dividirse cada vez más en burgueses y trabajadores
asalariados y estos perderían paulatinamente su carácter de productores
fundamentales de la riqueza en el capitalismo.
Dos, las capas
medias, en particular los pequeños propietarios no se verían permanentemente
amenazados por la “inminente” proletarización debido, precisamente a la
evolución del capitalismo. Sino que, por
el contrario, cada vez más proletarios tenderían a convertirse en “propietarios
de su medio de producción”.
Tres, la genial
previsión de Marx y Engels no consiste únicamente en la afirmación general de
que el capitalismo “crea su propio sepulturero”. Como ya vimos, el marxismo identifica con
rigor científico al “sepulturero”: el trabajador asalariado. Y, además, descarta con la misma rigurosidad
las capas sociales que no pueden dirigir, hegemonizar, como
“sepultureros” la lucha revolucionaria contra el capitalismo: las capas medias
y, en especial, aquellos grupos sociales propietarios de medios de
producción. Y esto, como veremos tiene
enormes consecuencias en cuanto al carácter de la sociedad futura, de qué tipo
de sociedad se trataría. O, más aún, si
es posible una sociedad “postcapitalista”.
Cuarto, el
problema del “sujeto” revolucionario, de la clase revolucionaria, no es una
cuestión lateral, contingente, sino fundamental para el marxismo (que se define
a sí mismo como “ideología del proletariado”).
A decir verdad, el cro. Grompone no es preciso en este asunto. Pero, si
nos ceñimos estrictamente a lo que escribe, el proletariado ya no sería la
clase revolucionaria, el trabajo asalariado debe destruirse. Y, por otra parte, la evolución del
capitalismo, al contrario de la previsión marxista, tendería a disminuir su
importancia en la producción de la riqueza social. Todo indicaría que el nuevo sujeto
revolucionario sería “el trabajador independiente dueño de su medio de
producción”. Reconozco que, de lo que
dice el cro., tampoco me resulta claro si este “nuevo” agente social es un
“sujeto” con perspectiva histórica, capaz de elevarse a una “conciencia para
sí”, o un simple producto inconsciente, un reflejo mecánico de la evolución del
capitalismo.
Cuando uno lee al cro. Tiende a inclinarse por esta última
opción, porque es característico su determinismo económico y cierta especie de
“fetichismo de la tecnología” que parecen impedirle tomar en cuenta los
factores subjetivos, la dialéctica de infraestructura y superestructura,
etc. Como sea, aquí no podemos menos que
asumir, que “el trabajador independiente dueño de su medio de producción”
vendría a ser el “nuevo sepulturero”, quizás ciego e inconsciente, del
capitalismo agonizante que sucumbirá, no por el protagonismo del “reino de la
libertad” sino por la sola evolución del “reino de la necesidad”.
Cinco, la
definición del proletariado, de los trabajadores asalariados, como única clase
“verdaderamente revolucionaria” es una tesis fundamental del marxismo. Esta definición es producto de la
consideración de condiciones objetivas y de factores subjetivos que aquellas
condiciones favorecen. Es la clase
revolucionaria, en primer lugar, precisamente por su condición de clase
desposeída, por sus condiciones de trabajo y de vida. Es decir, porque no tiene nada que perder más
que sus propias cadenas, y un mundo por ganar, según “El Manifiesto”. Otro aspecto de la misma definición, la otra
cara de esta tesis, es la negación del carácter revolucionario a las capas
medias, en particular a los pequeños propietarios o poseedores independientes
de medios de producción, precisamente por su carácter de propietarios y de
trabajadores aislados e independientes, vestigios de etapas precedentes, y por
los valores y prejuicios ideológicos que les son afines justamente por estas
condiciones de trabajo y de vida.
Seis, la cuestión
de la clase revolucionaria en el marxismo no está separada del problema del
carácter del futuro modo de producción.
El objetivo del marxismo es el modo de producción comunista, una
sociedad sin clases, una “asociación de productores libres” fundada en la
propiedad social sobre los medios de producción. Y, evidentemente, el trabajador asalariado,
como tal, es la clase revolucionaria, el producto más genuino del capitalismo
según “El Manifiesto”, por ser una clase de desposeídos, por no tener nada que
perder tiende “naturalmente” a la propiedad social, no tiene los “límites”
objetivos y los prejuicios y valores a nivel subjetivo que impone la propiedad
privada.
¿Podría alcanzarse este objetivo mediante una revolución
dirigida por “trabajadores independientes propietarios de los medios de
producción”?
¿Es posible una revolución anticapitalista por una tal
clase? Para el marxismo; ¡NO! Esta pregunta no tiene sentido, se responde
con la lectura de los propios fundamentos del marxismo. Pero además, la responde la experiencia
revolucionaria de decenas y cientos de millones de personas en los últimos
ciento cincuenta años; el desconocido, inusitado protagonismo en la historia
universal de las clases subalternas dirigidas por los asalariados (más allá que
esta inmensa conmoción de la historia universal sea concebida por el cro.
Grompone de manera antimarxista, ateniéndonos a sus expresiones el 24 de
noviembre en la emisora del SODRE, Radio Uruguay, como una creación artificial,
un puro voluntarismo, un típico resultado de los errores de Lenin que, antes
lanzarse a hacer una revolución no se sentó en el laboratorio a hacer el
cálculo exacto del índice de crecimiento de las fuerzas productivas para
establecer con precisión el nivel de su desarrollo, como lo exige… ¿¡el marxismo!?).
Siete, del
desarrollo de la pequeña propiedad no surgió el comunismo, sino el
capitalismo. De la misma manera que la
expansión y la competencia libre de pequeños y medianos propietarios no dio
como resultado una sociedad de propietarios en competencia libre; sino los
monopolios, la hegemonía del capital financiero y el Imperialismo (que mal que
les pese a propios y ajenos, siguen siendo los fundamentos del novísimo
“capitalismo global”). “El trabajador
independiente dueño de su medio de producción” amenazando las bases del
“capitalismo global” ya no sería una “anticipación utópica”, vendría a ser algo
así como una “retrospección utópica”.
Esto me hace acordar cuando aquel “ruso incorregible”
discutía con algunos dirigentes de la II Internacional que en lugar de
enfrentar a los monopolios, al capital financiero y al imperialismo, proponían
medidas para restablecer la libre competencia.
Aquel ”hombrecito” les decía que
ellos querían restablecer la libre competencia como forma de enfrentar al
capitalismo monopolista y al imperialismo, “sin darse cuenta” que fue la libre
competencia que los había llevado hasta los monopolios y el imperialismo. Se refugiaban en el pasado en lugar de
avanzar hacia el futuro.
Cuando a principios del siglo XIX Artigas y el artiguismo
pensaron y aplicaron el Reglamento de Tierras, se proponían poblar y fomentar
la campaña oriental con una masa de donatarios pequeños o medianos, ciudadanos
– vecinos, que se constituirían en la base social de la revolución. Recorrían así, la vía más radical y
democrática para sentar las bases de una sociedad burguesa, con sus
peculiaridades sí, pero burguesa. Era
una revolución democrática radical. Por
eso, todavía nos admira y emociona hablar de Artigas y de la masa de indios,
negros y gauchos que constituían el movimiento, su expresión más plebeya. Pero, en el siglo XXI y ante un capitalismo
en “descomposición” y “parasitario” levantar la perspectiva del “pequeño
propietario de su medio de producción” y “la destrucción del trabajo
asalariado” …, ¿qué pensarían Marx y
Engels?
Ocho, el marxismo
plantea que la sociedad capitalista tiende a dividirse cada vez más en dos
clases fundamentales: burgueses y trabajadores asalariados. Que la pequeña propiedad en el capitalismo
está amenazada permanentemente por el gran capital y tiende a desaparecer por
la evolución del capitalismo.
Naturalmente, esto es una tendencia; no quiere decir que la sociedad
capitalista llegará algún día a estar constituida solo por burgueses y
proletarios; cada nueva rama de la producción o cambios en una rama determinada
(por ejemplo, por causa del desarrollo tecnológico, etc.), puede provocar la
“reaparición” y el florecimiento momentáneo de la pequeña propiedad, pero
pronto la ley de la concentración y centralización del capital reencauza el
desarrollo por los canales propios del capitalismo. ¿Y cómo harán estos novísimos “trabajadores
independientes dueños de su medio de producción” para eludir las leyes del
capitalismo?
¿Cómo evitarán que las leyes implacables del capitalismo se
les impongan? ¿O será qué, en pleno
“capitalismo global” estas leyes dejarán de regir? O, quizás, la gran masa de estos “trabajadores independientes dueños de sus
medios de producción” caerá “inminentemente”, en la filas del proletariado para
sobrevivir de su salario.
Nueve, Por lo que
he leído y podido entender hasta ahora, esta ocupación no se presenta como un
medio exclusivo de vida. Viene a ser
como un complemento. Es decir, “el
trabajador independiente dueño de su medio de producción” lo sería por algunos
días, algunas horas, el resto del tiempo tendrá otra ocupación. ¿Un asalariado?
Por ejemplo, tomemos
lo que dice el cro. Ricardo Vilaró al comentar el artículo de Grompone:
“Y en nuestro país la flota de autos se renovó y creció
disparatadamente. Existen muchos que les cae como anillo al dedo participar en
UBER, ocupar su tiempo y complementar sus ingresos” (el subrayado
es mío).
O, el cro. Esteban Valenti
en su artículo del 17 de noviembre, “UBER; ¿sólo un negocio?”:
“…con miles de personas dispuestas a ganarse un pesito en
las horas libres” (el subrayado es mío).
Está claro; ¿no?. En
el mundo, y en el Uruguay en particular, “tiempo libre”, realmente libre,
tienen los grandes burgueses. O, en la
inmensa mayoría de los casos, las clases subalternas y, en especial, los
asalariados luego de sus intensas jornadas laborales o resignando los fines de
semana. Es decir, el tiempo que tienen
para intentar humanizarse o, sencillamente, evadirse y para recuperar sus
fuerzas para las jornadas laborales siguientes.
Me trae a la memoria la vida de los campesinos pobres o
semiproletarios de nuestras “Repúblicas bananeras” que, tras trabajar una parte
del año su pequeña parcela de bajo rendimiento, cuando, por ejemplo, era el
tiempo de la zafra de azúcar se ocupaban en el Ingenio como asalariados para
“complementar” sus magros ingresos, “ganarse unos pesitos”.
O sea; siguen siendo asalariados pero el capital y las
enormes transnacionales, hoy como ayer, se las ingenian para explotarlos por
partida doble, producen más plusvalía para el capital. El capital se apropia cada vez más del tiempo
del trabajador, también parte de su “tiempo libre”; de la vida misma del
trabajador. Cada vez más la vida se les
desgasta y se le escurre entre las manos en “el reino de la necesidad”. Pero, ahora con un desarrollo tecnológico que
multiplica por muchas veces la capacidad productiva del trabajo. En fin, todo el secreto consiste en que el
“capitalismo global” se las ingenia, más allá de las conquistas de los
trabajadores, de las leyes, para apropiarse de mayor tiempo de trabajo de las
clases subalternas y destruir al hombre.
Y, simultáneamente se ejecuta el otro “giro de tuerca” para
que todo funcione a las mil maravillas, la economía crece presagiando su futura
crisis, si se trabaja más “complementando los ingresos” habrá más tarjetas de
crédito, préstamos más convenientes para consumir más. El capital, por un lado, nos consume la vida,
y, por otro, nos la vacía. Y
“reenganchados” en esta rueda de mayores dimensiones, en esta máquina
devoradora de vidas humanas vamos a ver como hace el feliz “trabajador
independiente dueño de su medio de producción” del cro. Grompone para disponer
“de sus horas y días de trabajo”.
Diez, en la audición radial referida el cro.
Grompone sostiene que la lucha de clases existe y seguirá siendo “el motor de
la historia” mientras haya sociedades divididas en clases. Esta posición es muy buena y
gratificante. Pero, me temo que quede en
una generalidad. En la sociedad del
“capitalismo global” que está a la vista de Grompone, ¿cuáles son las clases
que se enfrentan, las clases antagónicas?
¿Cuáles son las clases fundamentales de esta sociedad? El trabajo asalariado, amenazado por la
“destrucción”, ¿seguirá siendo uno de los polos, el portador del futuro, de la
contradicción fundamental del capitalismo?
O, ¿la sociedad capitalista se dividirá cada vez más, en lugar de entre
burgueses y proletarios, entre burgueses y “trabajadores independientes dueños
de sus medios de producción? ¿Así se
expresará la lucha de clases en tanto fenómeno histórico-concreto en la sociedad
que nos depara el “capitalismo global”?
¿Para qué vale a un marxista el reconocimiento abstracto de
la lucha de clases sino sabemos o negamos la necesidad de definir en el momento
histórico dado que clases constituyen la unidad contradictoria y cuál de ellas
representa el porvenir, es la “verdadera clase revolucionaria”, la única que
puede y debe cumplir la tarea de ejercer una nueva hegemonía?
El cro. Grompone no nos da indicaciones claras al respecto.
Algunos comentarios finales.
El compañero no solo no nos da indicaciones claras, por el contrario, la
emprende contra un instrumento fundamental para la educación y elevación
política de los trabajadores asalariados: los sindicatos. Parece ser que el compañero oyó decir en uno de esos lugares donde
concurre gente muy inteligente y perspicaz y donde se dicen cosas muy sabias,
que “los sindicatos son los principales defensores del capitalismo”. Si se profundiza en esta afirmación quizá se
le pueda encontrar cierta lógica. Pero
dicha así, solo puede conducir a confusión y malentendidos a nivel ideológico,
teórico y político. Creo que es en el
“Antidhuring” que Engels utiliza un adjetivo bastante duro para referirse a
aquellos que utilizan grandes expresiones para decir cosas muy sencillas.
Es cierto, una verdad perogrullesca, que los sindicatos tal
cual los conocemos hoy nacen y se desarrollan en el capitalismo para “mejorar”
(no cambiar) las condiciones de trabajo y de vida de los asalariados. Es cierto también, que la lucha
revolucionaria no se resuelve a través o con los sindicatos (alcanza con
recordar la expresión de los Fundadores de que la lucha política es la forma
superior de la lucha de clases).
Pero como todo, la cuestión es más compleja.
Primero, el proletariado de ningún país llegó a la
conciencia revolucionaria sin pasar por la escuela de la lucha sindical.
Segundo, la concepción revolucionaria del mundo a la cual
adhiere el cro. Grompone, nunca hubiera surgido antes y sin el desarrollo del
movimiento obrero, de la organización y la lucha sindical.
Tercero, más aún, la nueva concepción del mundo, la más
revolucionaria que conoció la humanidad, y el movimiento político que se
desarrolló bajo su influjo nunca mantuvieron relaciones antagónicas o
indiferentes con el movimiento sindical (esto no tiene nada que ver con la
lucha ideológica en el seno del movimiento sindical, por el contrario, esta
lucha ideológica y de tendencias confirma la importancia asignada al movimiento
sindical para el proceso revolucionario).
Entre el marxismo y el movimiento sindical existe una necesaria relación
dialéctica de retroalimentación y mutua potenciación (los luchadores sindicales
sin la perspectiva marxista no lograrían imprimir una orientación realmente de
clase al movimiento, elevarse a “clase para sí”, y el marxismo, escindido de
estos luchadores, de su “arma material”, no sería más que una secta estéril de
intelectuales).
Pero además, es curioso que se diga que “los sindicatos son
los principales defensores del capitalismo” cuando, tanto la teoría como la
experiencia revolucionaria, enseñan que los sindicatos sobrevivirán al
capitalismo y son imprescindibles en la construcción del nuevo modo de
producción, incluso como organismos independientes del Estado (perdón por la
herejía; pero que necesario sigue siendo releer al “viejo ruso” también en este
tema).
Cuarto, cuando los sindicatos con su lucha, conquistan
derechos y mejores condiciones de vida, esto afecta y beneficia, en ocasiones
directa y en otras indirectamente, al conjunto del pueblo. Por lo tanto, a todas las clases subalternas,
tomen conciencia o no inmediatamente de la importancia de estos beneficios y
derechos conquistados. Estas conquistas
y derechos nunca las entrega el capital, se las arranca el movimiento
sindical. Naturalmente, el capital se
“reacomoda” e intenta reutilizarlas en su beneficio o hacerlas retroceder, violarlas,
etc. Pero esto es parte de la dialéctica de la
lucha de clases. Por supuesto, son
“reformas”. Sin embargo, lo que en la
lucha sindical y social hace a la esencia de la misma, las reformas; es “pecado
mortal” cuando se transforma en el objetivo final del movimiento político. O sea, los sindicatos no “son defensores del
capitalismo” si luchan por derechos, reformas, etc.; eso hace a la esencia de
su existencia. Por el contrario, es el
movimiento político, la fuerza política que se proclama representante de los
trabajadores y las masas populares, el que deviene instrumento, nuevo “defensor
del capitalismo”, si se agota en el reformismo, precisamente en la esfera en que
debe darse la lucha revolucionaria.
Quinto, los sindicatos “solo conciben que existan
trabajadores asalariados”, dice Grompone.
Esto es una falsedad. Pero,
además, es un argumento que se vuelve contra quien lo esgrime (si se trata de
un marxista). Es precisamente al
revés. La tarea más revolucionaria que ha
hecho el capitalismo es crear a “sus sepultureros”. Cuanto más crece cuantitativamente el
sepulturero se hace más fuerte y además, por aquello de la segunda ley de la
dialéctica, está en mejores condiciones de crecer, de dar un salto en
calidad. Y resulta que, para Marx y
Engels, el “sepulturero” no es otro que el proletariado, los trabajadores
asalariados. Para un marxista,
bienvenido sea la expansión del trabajo asalariado y bienvenidos sean los
sindicatos que se congratulan con este resultado de la evolución del
capitalismo. Lo que resulta
incomprensible es un marxista que regañe por el crecimiento del trabajo
asalariado o que cifre su esperanza en el resurgimiento de formas de trabajo
que son vestigios del pasado, aunque manejen nuevas tecnologías.
Por otra parte, suponemos que se hace referencia al
movimiento sindical uruguayo cuando se esgrime la sublime afirmación de tan
elevado círculo intelectual. Esta
suposición se basa en que el artículo trata del advenimiento de UBER a nuestro
país. ¡Qué la historia del movimiento
sindical uruguayo es una demostración y enseñanza en cuanto a su capacidad de
“concebir”, y no solo concebir, sino tender manos, atraer y dirigir a otros sectores
sociales, a otras “formas de trabajo”, incluso la mismísima intelectualidad, no
hay necesidad de argumentarlo!
Finalmente, al tratar las objeciones que se hacen a UBER,
Grompone enumera como la número cuatro, la siguiente:
“El estado debe ser regulador y velar por sus
regulaciones. No está mal, es un reclamo
legítimo, pero contradice la idea de la desaparición progresiva del Estado, que
parece ser una condición para crear una sociedad futura.”
Grompone no se libera aquí de una confusión muy en boga:
“mezclar” la discusión entre orientaciones políticas tendientes a promover un
Estado más o menos “intervencionista” con el problema del carácter de clase del
Estado y, de paso, eludir esta cuestión fundamental para el marxismo.
En la sociedad capitalista puede encontrarse etapas
históricas, por ejemplo con el inicio de la revolución industrial, en que
prevalecían los Estados “juez y gendarme”; Estado cuyas tareas fundamentales
eran el orden interno y las relaciones internacionales. Posteriormente, Estados de tipo keynesianos,
los gobiernos socialdemócratas, los “Estados de bienestar” o, incluso en
Uruguay el interesante caso del Estado batllista. En las últimas décadas volvimos a conocer
“Estados mínimos” neoliberales. Pero
algo no cambió, el Estado siguió siendo el Estado burgués.
Podemos encontrar algo
semejante en el primer ensayo, la primera experiencia de construcción del
socialismo, luego frustrada. En la Rusia
Soviética, inmediatamente después de Octubre y sometida por varios años a una
criminal y feroz guerra civil, se estableció el omnipotente y omnipresente
Estado del “comunismo de guerra”. Concluida
la guerra, con la NEP, Nueva Política Económica (que era mucho más que una
política económica), se tendió a un Estado que se retiraba de ciertas áreas y
que, si el proceso no se hubiera frustrado, es dable pensar que seguiría
avanzando en ese sentido. Pero, nunca
dejó de ser un Estado obrero apoyado en la alianza obrero-campesina.
Es decir, la cuestión del carácter de clase del Estado y su desaparición,
no tiene necesariamente que ver con las luchas políticas concretas en torno al
nivel del intervencionismo del Estado,
incluso entre tendencias y fracciones de una misma clase. Pero Grompone pasa por arriba de esta
cuestión y dice: “la desaparición progresiva del Estado”. ¿De qué Estado? ¿El Estado burgués? Pues bien, el “revisionismo” y los partidos
socialdemócratas piensan (perdón,
pensaban, hace tiempo que ni les pasa por la cabeza pensar en esto), que el
Estado burgués se extinguiría. Los
anarquistas, cambiando la palabra “desaparecer” por “abolir”, sostenían que el
Estado, en general (así como lo plantea
el compañero), debía ser abolido. Pero,
el marxismo, y esto debería ser otra perogrullada, no habla ni de la
“abolición” ni de la “desaparición” del Estado; sino de la destrucción (no del
“trabajo asalariado”, sino por el “trabajo asalariado”) del Estado
Burgués. El Estado o semi-Estado
proletario es el que se extingue, si se quiere “desaparece” tras un largo y
complejo “período de transición”.
Todo es ambiguo, nada está claro y todo parece estar
invertido.
Una sociedad desarrollada, a partir del “trabajador
independiente dueño de su medio de producción” puede dar origen (descartamos
que el cro. Grompone piense en un nuevo tipo de capitalismo), al sueño utópico
anarquista de una sociedad de pequeños propietarios sin autoridad, sin Estado;
o, al no menor “sueño utópico” socialdemócrata de un capitalismo más justo, con
unas fuertes capas medias y un Estado Burgués que se va extinguiendo.
El capitalismo cambia, genera nuevos fenómenos, procesos,
etc. …, pero las respuestas supuestamente “innovadoras” no dejan de girar en
torno a las “viejas” discusiones de la izquierda, a sus “viejos” intentos siempre fracasados de “superar” aspectos
fundamentales del marxismo: la revolución como necesidad histórica, el problema
de la clase revolucionaria, la cuestión del estado, la lucha de clases y su
carácter irreconciliable, dialéctica o metafísica, determinismo económico o el
factor subjetivo como fuerza creadora de la historia, etc. Y esto es así, precisamente porque las ideas
de Marx, Engels y Lenin (aunque al cro.
Grompone le rechine porque sigue creyendo que la contradicción entre
mencheviques y revisionistas con el leninismo consistía en si se podía
construir el socialismo en las condiciones de Rusia y no en la cuestión de la
hegemonía), en sus previsiones fundamentales tienen absoluta vigencia en el
mundo actual y es, justamente por esto, que sus contradictores o los intentos
de “superarlo”, cuando se “rasca un poco” sus “novísimas” ideas recaen en los
“viejos” problemas planteados y resueltos por los fundadores y “su más grande
continuador reciente”, como llamaba Gramsci a Lenin.
ALDO SCARPA
- Comité “28 de noviembre de 1971” – Coordinadora “B” – Frente Amplio
Nota: Las opiniones aquí vertidas no
comprometen al Comité.