sábado, 5 de diciembre de 2015

UBER - GROMPONE Y MARXISMO

En las últimas semanas la plataforma UBER se instaló en el escenario político y ha sido preocupación del Gobierno Nacional, Intendencias, Parlamento, Movimiento Sindical y de la Patronal de Taxis. Como corresponde, ha estado en la agenda diaria de los medios de comunicación; prensa, radio, televisión y redes sociales.
Han circulado informaciónes, entrevistas, publicaciones, tertulias, opiniones múltiples, y muchos "me gusta" y unos pocos caracteres.
El 17 de nov. en UyPress, un interesante artículo del cro. Esteban Valenti, que en términos generales me pareció plenamente compartible, dando respuesta a un "objetivo no declarado" y sus más que posibles consecuencias.
Pero sin duda, la "vedette" de tan apasionante tema lo ha sido el artículo; "El capitalismo y los asalariados" del Ing. Juan Grompone publicado en el Semanario Voces el 19 de noviembre. 
También tuve oportunidad de escuchar la entrevista que le realizaran en el programa "de 10 a 12" de Radio Uruguay - Sodre.
Creo que UBER pasa a ser un tema secundario, en tanto lo que realmente trasciende es la "peculiaridad marxista de Grompone" y sus previsiones teóricas.
No he tenido acceso (no digo que no existan) a consideraciones teóricas sobre estos planteos desde una concepción marxista.
En tal sentido y para quienes se interesen por los temas ideólogicos, lejos de los "pragmatismos" a que nos llaman algunas personalidades políticas, y se sientan tentados a leer algo más de 140 caracteres, adjuntamos texto al respecto de Aldo Scarpa del cté. "28 de noviembre" - Frente Amplio.
Reciban el más cordial y fraterno saludo,
Luis Scarpa
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ALGUNAS CONSIDERACIONES TEÓRICAS A RAÍZ DEL ARTÍCULO DEL CRO. GROMPONE SOBRE UBER –     Diciembre de 2015

En el artículo del Ing. Grompone sobre UBER todo aparece invertido, “patas para arriba”. Apoyándose en “El Capital” Grompone plantea una definición de capitalismo: “es una sociedad de clases donde el trabajador es asalariado”.  El Capital son tres gruesos tomos, sin olvidar el resto de la voluminosa obra de Marx y Engels. Toda definición correcta es una síntesis brillante. Pero, por eso mismo, toda definición “cojea”. Es preciso escudriñar en ella todo lo que está implícito, no desarrollarlo explícitamente. La definición propuesta es correcta; con el capitalismo el trabajo asalariado devino la forma fundamental de producción de la riqueza social.  Pero, esto por si solo puede resultar unilateral, antidialéctico, y esto si puede conducir a grandes errores teóricos y políticos. Si en el capitalismo el trabajo asalariado es la forma por  excelencia de producción de la riqueza social es porque el capital ha devenido la forma exclusiva de la riqueza social, ha establecido su poder hegemónico. Este es el otro elemento fundamental en la definición del capitalismo propuesta que está “oculto”, implícito. Pero que, para el marxista debe asumirse como dado, sobrentendido.

Porque si bien es cierto, como dice Grompone, que toda sociedad de clase supone la propiedad privada sobre los medios de producción, también  lo es que la forma de la riqueza social sobre la que se ejerce esa propiedad no es la misma. Por eso no se puede obviar la forma y el contenido histórico - concreto de esa propiedad privada.  Por eso el marxismo establece con rigurosidad el tipo de sociedad de que se trata en cada momento histórico, por ejemplo: sociedad esclavista, feudal o capitalista. Toda definición es una generalización, una abstracción. Pero todo proceso de abstracción es  “correcto” para el marxismo si se eleva de lo abstracto a lo concreto en el pensamiento.

Resulta insoslayable el establecimiento riguroso de qué tipo de propiedad privada se trata, sobre qué forma de la riqueza social se ejerce esta propiedad (no ha de ser casualidad que a los distintos tipos de sociedades se las conoce por la forma de la riqueza social y propiedad sobre la misma: esclavista, feudal, capitalista,… socialista o comunista). Soslayar esta tarea puede llevarnos a graves errores, por no decir, a “disparates” políticos; de la `propiedad feudal sobre los medios de producción solo podía surgir, surgió, la propiedad burguesa y la revolución burguesa; de la propiedad burguesa sobre los medios de producción solo podrá surgir la revolución de los asalariados y la propiedad social sobre los medios de producción.

Que el trabajo asalariado no surge con el capitalismo es de Perogrullo. Más, aquí nos vemos obligados a recordarlo. El trabajo asalariado aparece en etapas precedentes de la evolución de la sociedad y permanecerá todavía (al igual que en cierta medida el capital y el mercado), como componente del desarrollo de la sociedad más allá del capitalismo, en ese largo proceso de “transición”, en esa etapa histórica que separa el modo de producción capitalista del comunista. Sin embargo, el cro. Grompone prevé y está consustanciado con “la destrucción del trabajo asalariado” como resultado mecánico de la evolución económica del capitalismo.  Una verdadera “anticipación utópica”.  Pero; ¿se trata de “destruir el trabajo asalariado” o de destruir el capital?

El “capitalismo global”, fenómenos como UBER, estarían cumpliendo, para el cro. Grompone, la profecía de “El Manifiesto”: “el capitalismo crea su propio sepulturero”.  La “profecía” de ”El Manifiesto”,  tal como se cita en el artículo es correcta.  Pero, al mismo tiempo, es una verdad a media.  Marx y Engels “no solo profetizan” que en el propio seno del capitalismo nace y se desarrolla un “sepulturero” en general, un sujeto abstracto; sino que lo identifican.  Se trata de un “sujeto” concreto, real, vivo.  El “sepulturero” del capitalismo según “El Manifiesto” es el proletariado, la masa de los trabajadores asalariados:
“Pero la burguesía no ha forjado solamente las armas que han de darle muerte; ha producido también a los hombres que empuñarán esas armas, los obreros  modernos, los proletarios”. 
“De todas las clases que se enfrentan con la burguesía solo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria”.

El problema que se le presenta a Grompone es que quiere liquidar al “sepulturero” antes de enterrar al muerto (sabemos, todo parece indicarlo, que desde este punto de vista el enfermo va a morir de “muerte natural”, por pura vejez, por su propia evolución).
Por cierto, el “sepulturero” puede cumplir con tan ingrata pero necesaria tarea histórica porque es capaz de reunir bajo su dirección a un conjunto de reacios “colaboradores”, que, insistentemente, recaen en esta actitud y se cuestionan su “colaboracionismo”.  Todas estas capas de “colaboradores” “no son revolucionarias, sino conservadoras, más todavía son reaccionarias…”, dice el mismo “Manifiesto” al que hace referencia Grompone:
“Son revolucionarias únicamente cuando tienen ante sí la perspectiva de su tránsito inminente al proletariado, defendiendo así no sus intereses presentes sino sus intereses futuros, cuando abandonan sus propios puntos de vista para adoptar los del proletariado”.

Sin embargo, el cro. Grompone identifica un nuevo “sepulturero” aparentemente nacido en el “capitalismo global”, con fenómenos como UBER: “los trabajadores independientes dueños de sus medios de producción”.  Pero veamos más de cerca este “descubrimiento”.  Dejando todo eufemismo o lenguaje metafórico; ¿cuáles son estos sectores “conservadores, más aún reaccionarios” a los que se refiere “El Manifiesto”?   Pues, precisamente se trata de:
“Las capas medias – el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el campesino,…”.
¿Dónde ubicaríamos con Marx y Engels (¡y con el cro. Grompone!), a este “novísimo” actor social; “el trabajador independiente dueño de su medio de producción”?   ¿En qué lugar de la estructura social?  Ni más ni menos que en estas capas medias.
Dice Grompone: “La sociedad de la información y las nuevas empresas capitalistas que manejan solamente información están haciendo simultáneamente dos cosas. Por un lado están creando nuevas empresas capitalistas virtuales, sin locales, sin fábricas ni países y trabajadores asalariados.  Por otro lado, están transformando cada vez más nuevos sectores de trabajadores asalariados en independientes”.
Si la interpretación que hace Grompone de la evolución actual del capitalismo fuera correcta supondría enormes consecuencias nos solo económicas y sociales, sino políticas e ideológicas.  Y habría que ser coherentes y “valientes”; aquí no se trataría de “renovar” el marxismo, sus tesis y previsiones básicas estarían cuestionadas.  Pues, el marxismo no se agota en la previsión, tan general, de que el capitalismo en su evolución profundiza y crea nuevas contradicciones que amenazan su sobrevivencia y, por otro lado, “crea sus propios sepultureros”.
En primer lugar, si la tendencia es la que plantea Grompone, la previsión de Marx y Engels habría sido refutada.

Uno, la sociedad capitalista no tendería a dividirse cada vez más en burgueses y trabajadores asalariados y estos perderían paulatinamente su carácter de productores fundamentales de la riqueza en el capitalismo.

Dos, las capas medias, en particular los pequeños propietarios no se verían permanentemente amenazados por la “inminente” proletarización debido, precisamente a la evolución del capitalismo.  Sino que, por el contrario, cada vez más proletarios tenderían a convertirse en “propietarios de su medio de producción”.

Tres, la genial previsión de Marx y Engels no consiste únicamente en la afirmación general de que el capitalismo “crea su propio sepulturero”.  Como ya vimos, el marxismo identifica con rigor científico al “sepulturero”: el trabajador asalariado.  Y, además, descarta con la misma rigurosidad las capas sociales que no pueden dirigir, hegemonizar, como “sepultureros” la lucha revolucionaria contra el capitalismo: las capas medias y, en especial, aquellos grupos sociales propietarios de medios de producción.  Y esto, como veremos tiene enormes consecuencias en cuanto al carácter de la sociedad futura, de qué tipo de sociedad se trataría.  O, más aún, si es posible una sociedad “postcapitalista”.

Cuarto, el problema del “sujeto” revolucionario, de la clase revolucionaria, no es una cuestión lateral, contingente, sino fundamental para el marxismo (que se define a sí mismo como “ideología del proletariado”).  A decir verdad, el cro. Grompone no es preciso en este asunto. Pero, si nos ceñimos estrictamente a lo que escribe, el proletariado ya no sería la clase revolucionaria, el trabajo asalariado debe destruirse.  Y, por otra parte, la evolución del capitalismo, al contrario de la previsión marxista, tendería a disminuir su importancia en la producción de la riqueza social.  Todo indicaría que el nuevo sujeto revolucionario sería “el trabajador independiente dueño de su medio de producción”.  Reconozco que, de lo que dice el cro., tampoco me resulta claro si este “nuevo” agente social es un “sujeto” con perspectiva histórica, capaz de elevarse a una “conciencia para sí”, o un simple producto inconsciente, un reflejo mecánico de la evolución del capitalismo.
Cuando uno lee al cro. Tiende a inclinarse por esta última opción, porque es característico su determinismo económico y cierta especie de “fetichismo de la tecnología” que parecen impedirle tomar en cuenta los factores subjetivos, la dialéctica de infraestructura y superestructura, etc.  Como sea, aquí no podemos menos que asumir, que “el trabajador independiente dueño de su medio de producción” vendría a ser el “nuevo sepulturero”, quizás ciego e inconsciente, del capitalismo agonizante que sucumbirá, no por el protagonismo del “reino de la libertad” sino por la sola evolución del “reino de la necesidad”.

Cinco, la definición del proletariado, de los trabajadores asalariados, como única clase “verdaderamente revolucionaria” es una tesis fundamental del marxismo.  Esta definición es producto de la consideración de condiciones objetivas y de factores subjetivos que aquellas condiciones favorecen.  Es la clase revolucionaria, en primer lugar, precisamente por su condición de clase desposeída, por sus condiciones de trabajo y de vida.  Es decir, porque no tiene nada que perder más que sus propias cadenas, y un mundo por ganar, según “El Manifiesto”.  Otro aspecto de la misma definición, la otra cara de esta tesis, es la negación del carácter revolucionario a las capas medias, en particular a los pequeños propietarios o poseedores independientes de medios de producción, precisamente por su carácter de propietarios y de trabajadores aislados e independientes, vestigios de etapas precedentes, y por los valores y prejuicios ideológicos que les son afines justamente por estas condiciones de trabajo y de vida.

Seis, la cuestión de la clase revolucionaria en el marxismo no está separada del problema del carácter del futuro modo de producción.  El objetivo del marxismo es el modo de producción comunista, una sociedad sin clases, una “asociación de productores libres” fundada en la propiedad social sobre los medios de producción.  Y, evidentemente, el trabajador asalariado, como tal, es la clase revolucionaria, el producto más genuino del capitalismo según “El Manifiesto”, por ser una clase de desposeídos, por no tener nada que perder tiende “naturalmente” a la propiedad social, no tiene los “límites” objetivos y los prejuicios y valores a nivel subjetivo que impone la propiedad privada.
¿Podría alcanzarse este objetivo mediante una revolución dirigida por “trabajadores independientes propietarios de los medios de producción”?
¿Es posible una revolución anticapitalista por una tal clase?   Para el marxismo; ¡NO!    Esta pregunta no tiene sentido, se responde con la lectura de los propios fundamentos del marxismo.  Pero además, la responde la experiencia revolucionaria de decenas y cientos de millones de personas en los últimos ciento cincuenta años; el desconocido, inusitado protagonismo en la historia universal de las clases subalternas dirigidas por los asalariados (más allá que esta inmensa conmoción de la historia universal sea concebida por el cro. Grompone de manera antimarxista, ateniéndonos a sus expresiones el 24 de noviembre en la emisora del SODRE, Radio Uruguay, como una creación artificial, un puro voluntarismo, un típico resultado de los errores de Lenin que, antes lanzarse a hacer una revolución no se sentó en el laboratorio a hacer el cálculo exacto del índice de crecimiento de las fuerzas productivas para establecer con precisión el nivel de su desarrollo, como lo exige… ¿¡el marxismo!?).

Siete, del desarrollo de la pequeña propiedad no surgió el comunismo, sino el capitalismo.  De la misma manera que la expansión y la competencia libre de pequeños y medianos propietarios no dio como resultado una sociedad de propietarios en competencia libre; sino los monopolios, la hegemonía del capital financiero y el Imperialismo (que mal que les pese a propios y ajenos, siguen siendo los fundamentos del novísimo “capitalismo global”).  “El trabajador independiente dueño de su medio de producción” amenazando las bases del “capitalismo global” ya no sería una “anticipación utópica”, vendría a ser algo así como una “retrospección utópica”. 
Esto me hace acordar cuando aquel “ruso incorregible” discutía con algunos dirigentes de la II Internacional que en lugar de enfrentar a los monopolios, al capital financiero y al imperialismo, proponían medidas para restablecer la libre competencia.  Aquel  ”hombrecito” les decía que ellos querían restablecer la libre competencia como forma de enfrentar al capitalismo monopolista y al imperialismo, “sin darse cuenta” que fue la libre competencia que los había llevado hasta los monopolios y el imperialismo.  Se refugiaban en el pasado en lugar de avanzar hacia el futuro.
Cuando a principios del siglo XIX Artigas y el artiguismo pensaron y aplicaron el Reglamento de Tierras, se proponían poblar y fomentar la campaña oriental con una masa de donatarios pequeños o medianos, ciudadanos – vecinos, que se constituirían en la base social de la revolución.  Recorrían así, la vía más radical y democrática para sentar las bases de una sociedad burguesa, con sus peculiaridades sí, pero burguesa.  Era una revolución democrática radical.  Por eso, todavía nos admira y emociona hablar de Artigas y de la masa de indios, negros y gauchos que constituían el movimiento, su expresión más plebeya.  Pero, en el siglo XXI y ante un capitalismo en “descomposición” y “parasitario” levantar la perspectiva del “pequeño propietario de su medio de producción” y “la destrucción del trabajo asalariado” …,   ¿qué pensarían Marx y Engels?

Ocho, el marxismo plantea que la sociedad capitalista tiende a dividirse cada vez más en dos clases fundamentales: burgueses y trabajadores asalariados.  Que la pequeña propiedad en el capitalismo está amenazada permanentemente por el gran capital y tiende a desaparecer por la evolución del capitalismo.  Naturalmente, esto es una tendencia; no quiere decir que la sociedad capitalista llegará algún día a estar constituida solo por burgueses y proletarios; cada nueva rama de la producción o cambios en una rama determinada (por ejemplo, por causa del desarrollo tecnológico, etc.), puede provocar la “reaparición” y el florecimiento momentáneo de la pequeña propiedad, pero pronto la ley de la concentración y centralización del capital reencauza el desarrollo por los canales propios del capitalismo.  ¿Y cómo harán estos novísimos “trabajadores independientes dueños de su medio de producción” para eludir las leyes del capitalismo?
¿Cómo evitarán que las leyes implacables del capitalismo se les impongan?   ¿O será qué, en pleno “capitalismo global” estas leyes dejarán de regir?  O, quizás, la gran masa de estos  “trabajadores independientes dueños de sus medios de producción” caerá “inminentemente”, en la filas del proletariado para sobrevivir de su salario.

Nueve, Por lo que he leído y podido entender hasta ahora, esta ocupación no se presenta como un medio exclusivo de vida.  Viene a ser como un complemento.  Es decir, “el trabajador independiente dueño de su medio de producción” lo sería por algunos días, algunas horas, el resto del tiempo tendrá otra ocupación.  ¿Un asalariado?
 Por ejemplo, tomemos lo que dice el cro. Ricardo Vilaró al comentar el artículo de Grompone:
“Y en nuestro país la flota de autos se renovó y creció disparatadamente. Existen muchos que les cae como anillo al dedo participar en UBER, ocupar su tiempo y complementar sus ingresos” (el subrayado es mío).
O, el cro. Esteban Valenti  en su artículo del 17 de noviembre, “UBER; ¿sólo un negocio?”:
“…con miles de personas dispuestas a ganarse un pesito en las horas libres” (el subrayado es mío).
Está claro; ¿no?.  En el mundo, y en el Uruguay en particular, “tiempo libre”, realmente libre, tienen los grandes burgueses.  O, en la inmensa mayoría de los casos, las clases subalternas y, en especial, los asalariados luego de sus intensas jornadas laborales o resignando los fines de semana.  Es decir, el tiempo que tienen para intentar humanizarse o, sencillamente, evadirse y para recuperar sus fuerzas para las jornadas laborales siguientes.
Me trae a la memoria la vida de los campesinos pobres o semiproletarios de nuestras “Repúblicas bananeras” que, tras trabajar una parte del año su pequeña parcela de bajo rendimiento, cuando, por ejemplo, era el tiempo de la zafra de azúcar se ocupaban en el Ingenio como asalariados para “complementar” sus magros ingresos, “ganarse unos pesitos”.
O sea; siguen siendo asalariados pero el capital y las enormes transnacionales, hoy como ayer, se las ingenian para explotarlos por partida doble, producen más plusvalía para el capital.  El capital se apropia cada vez más del tiempo del trabajador, también parte de su “tiempo libre”; de la vida misma del trabajador.  Cada vez más la vida se les desgasta y se le escurre entre las manos en “el reino de la necesidad”.  Pero, ahora con un desarrollo tecnológico que multiplica por muchas veces la capacidad productiva del trabajo.  En fin, todo el secreto consiste en que el “capitalismo global” se las ingenia, más allá de las conquistas de los trabajadores, de las leyes, para apropiarse de mayor tiempo de trabajo de las clases subalternas y destruir al hombre.
Y, simultáneamente se ejecuta el otro “giro de tuerca” para que todo funcione a las mil maravillas, la economía crece presagiando su futura crisis, si se trabaja más “complementando los ingresos” habrá más tarjetas de crédito, préstamos más convenientes para consumir más.  El capital, por un lado, nos consume la vida, y, por otro, nos la vacía.  Y “reenganchados” en esta rueda de mayores dimensiones, en esta máquina devoradora de vidas humanas vamos a ver como hace el feliz “trabajador independiente dueño de su medio de producción” del cro. Grompone para disponer “de sus horas y días de trabajo”.

Diez,  en la audición radial referida el cro. Grompone sostiene que la lucha de clases existe y seguirá siendo “el motor de la historia” mientras haya sociedades divididas en clases.  Esta posición es muy buena y gratificante.  Pero, me temo que quede en una generalidad.  En la sociedad del “capitalismo global” que está a la vista de Grompone, ¿cuáles son las clases que se enfrentan, las clases antagónicas?   ¿Cuáles son las clases fundamentales de esta sociedad?  El trabajo asalariado, amenazado por la “destrucción”, ¿seguirá siendo uno de los polos, el portador del futuro, de la contradicción fundamental del capitalismo?   O, ¿la sociedad capitalista se dividirá cada vez más, en lugar de entre burgueses y proletarios, entre burgueses y “trabajadores independientes dueños de sus medios de producción?   ¿Así se expresará la lucha de clases en tanto fenómeno histórico-concreto en la sociedad que nos depara el “capitalismo global”?
¿Para qué vale a un marxista el reconocimiento abstracto de la lucha de clases sino sabemos o negamos la necesidad de definir en el momento histórico dado que clases constituyen la unidad contradictoria y cuál de ellas representa el porvenir, es la “verdadera clase revolucionaria”, la única que puede y debe cumplir la tarea de ejercer una nueva hegemonía?
El cro. Grompone no nos da indicaciones claras al respecto.

Algunos comentarios finales.  El compañero no solo no nos da indicaciones claras, por el contrario, la emprende contra un instrumento fundamental para la educación y elevación política de los trabajadores asalariados: los sindicatos.  Parece ser que el compañero  oyó decir en uno de esos lugares donde concurre gente muy inteligente y perspicaz y donde se dicen cosas muy sabias, que “los sindicatos son los principales defensores del capitalismo”.  Si se profundiza en esta afirmación quizá se le pueda encontrar cierta lógica.  Pero dicha así, solo puede conducir a confusión y malentendidos a nivel ideológico, teórico y político.  Creo que es en el “Antidhuring” que Engels utiliza un adjetivo bastante duro para referirse a aquellos que utilizan grandes expresiones para decir cosas muy sencillas.
Es cierto, una verdad perogrullesca, que los sindicatos tal cual los conocemos hoy nacen y se desarrollan en el capitalismo para “mejorar” (no cambiar) las condiciones de trabajo y de vida de los asalariados.  Es cierto también, que la lucha revolucionaria no se resuelve a través o con los sindicatos (alcanza con recordar la expresión de los Fundadores de que la lucha política es la forma superior de la lucha de clases).
Pero como todo, la cuestión es más compleja.
Primero, el proletariado de ningún país llegó a la conciencia revolucionaria sin pasar por la escuela de la lucha sindical. 
Segundo, la concepción revolucionaria del mundo a la cual adhiere el cro. Grompone, nunca hubiera surgido antes y sin el desarrollo del movimiento obrero, de la organización y la lucha sindical. 
Tercero, más aún, la nueva concepción del mundo, la más revolucionaria que conoció la humanidad, y el movimiento político que se desarrolló bajo su influjo nunca mantuvieron relaciones antagónicas o indiferentes con el movimiento sindical (esto no tiene nada que ver con la lucha ideológica en el seno del movimiento sindical, por el contrario, esta lucha ideológica y de tendencias confirma la importancia asignada al movimiento sindical para el proceso revolucionario).  Entre el marxismo y el movimiento sindical existe una necesaria relación dialéctica de retroalimentación y mutua potenciación (los luchadores sindicales sin la perspectiva marxista no lograrían imprimir una orientación realmente de clase al movimiento, elevarse a “clase para sí”, y el marxismo, escindido de estos luchadores, de su “arma material”, no sería más que una secta estéril de intelectuales).
Pero además, es curioso que se diga que “los sindicatos son los principales defensores del capitalismo” cuando, tanto la teoría como la experiencia revolucionaria, enseñan que los sindicatos sobrevivirán al capitalismo y son imprescindibles en la construcción del nuevo modo de producción, incluso como organismos independientes del Estado (perdón por la herejía; pero que necesario sigue siendo releer al “viejo ruso” también en este tema).
Cuarto, cuando los sindicatos con su lucha, conquistan derechos y mejores condiciones de vida, esto afecta y beneficia, en ocasiones directa y en otras indirectamente, al conjunto del pueblo.  Por lo tanto, a todas las clases subalternas, tomen conciencia o no inmediatamente de la importancia de estos beneficios y derechos conquistados.  Estas conquistas y derechos nunca las entrega el capital, se las arranca el movimiento sindical.  Naturalmente, el capital se “reacomoda” e intenta reutilizarlas en su beneficio o hacerlas retroceder, violarlas, etc.   Pero esto es parte de la dialéctica de la lucha de clases.  Por supuesto, son “reformas”.  Sin embargo, lo que en la lucha sindical y social hace a la esencia de la misma, las reformas; es “pecado mortal” cuando se transforma en el objetivo final del movimiento político.  O sea, los sindicatos no “son defensores del capitalismo” si luchan por derechos, reformas, etc.; eso hace a la esencia de su existencia.  Por el contrario, es el movimiento político, la fuerza política que se proclama representante de los trabajadores y las masas populares, el que deviene instrumento, nuevo “defensor del capitalismo”, si se agota en el reformismo, precisamente en la esfera en que debe darse la lucha revolucionaria.
Quinto, los sindicatos “solo conciben que existan trabajadores asalariados”, dice Grompone.  Esto es una falsedad.  Pero, además, es un argumento que se vuelve contra quien lo esgrime (si se trata de un marxista).  Es precisamente al revés.  La tarea más revolucionaria que ha hecho el capitalismo es crear a “sus sepultureros”.  Cuanto más crece cuantitativamente el sepulturero se hace más fuerte y además, por aquello de la segunda ley de la dialéctica, está en mejores condiciones de crecer, de dar un salto en calidad.  Y resulta que, para Marx y Engels, el “sepulturero” no es otro que el proletariado, los trabajadores asalariados.  Para un marxista, bienvenido sea la expansión del trabajo asalariado y bienvenidos sean los sindicatos que se congratulan con este resultado de la evolución del capitalismo.  Lo que resulta incomprensible es un marxista que regañe por el crecimiento del trabajo asalariado o que cifre su esperanza en el resurgimiento de formas de trabajo que son vestigios del pasado, aunque manejen nuevas tecnologías.
Por otra parte, suponemos que se hace referencia al movimiento sindical uruguayo cuando se esgrime la sublime afirmación de tan elevado círculo intelectual.  Esta suposición se basa en que el artículo trata del advenimiento de UBER a nuestro país.  ¡Qué la historia del movimiento sindical uruguayo es una demostración y enseñanza en cuanto a su capacidad de “concebir”, y no solo concebir, sino tender manos, atraer y dirigir a otros sectores sociales, a otras “formas de trabajo”, incluso la mismísima intelectualidad, no hay necesidad de argumentarlo!

Finalmente, al tratar las objeciones que se hacen a UBER, Grompone enumera como la número cuatro, la siguiente:
“El estado debe ser regulador y velar por sus regulaciones.  No está mal, es un reclamo legítimo, pero contradice la idea de la desaparición progresiva del Estado, que parece ser una condición para crear una sociedad futura.”

Grompone no se libera aquí de una confusión muy en boga: “mezclar” la discusión entre orientaciones políticas tendientes a promover un Estado más o menos “intervencionista” con el problema del carácter de clase del Estado y, de paso, eludir esta cuestión fundamental para el marxismo.

En la sociedad capitalista puede encontrarse etapas históricas, por ejemplo con el inicio de la revolución industrial, en que prevalecían los Estados “juez y gendarme”; Estado cuyas tareas fundamentales eran el orden interno y las relaciones internacionales.  Posteriormente, Estados de tipo keynesianos, los gobiernos socialdemócratas, los “Estados de bienestar” o, incluso en Uruguay el interesante caso del Estado batllista.  En las últimas décadas volvimos a conocer “Estados mínimos” neoliberales.  Pero algo no cambió, el Estado siguió siendo el Estado burgués.
 Podemos encontrar algo semejante en el primer ensayo, la primera experiencia de construcción del socialismo, luego frustrada.  En la Rusia Soviética, inmediatamente después de Octubre y sometida por varios años a una criminal y feroz guerra civil, se estableció el omnipotente y omnipresente Estado del “comunismo de guerra”.  Concluida la guerra, con la NEP, Nueva Política Económica (que era mucho más que una política económica), se tendió a un Estado que se retiraba de ciertas áreas y que, si el proceso no se hubiera frustrado, es dable pensar que seguiría avanzando en ese sentido.  Pero, nunca dejó de ser un Estado obrero apoyado en la alianza obrero-campesina.

Es decir, la cuestión del carácter de clase del Estado y su desaparición, no tiene necesariamente que ver con las luchas políticas concretas en torno al nivel del  intervencionismo del Estado, incluso entre tendencias y fracciones de una misma clase.   Pero Grompone pasa por arriba de esta cuestión y dice: “la desaparición progresiva del Estado”.  ¿De qué Estado?  ¿El Estado burgués?  Pues bien, el “revisionismo” y los partidos socialdemócratas piensan  (perdón, pensaban, hace tiempo que ni les pasa por la cabeza pensar en esto), que el Estado burgués se extinguiría.   Los anarquistas, cambiando la palabra “desaparecer” por “abolir”, sostenían que el Estado, en  general (así como lo plantea el compañero), debía ser abolido.  Pero, el marxismo, y esto debería ser otra perogrullada, no habla ni de la “abolición” ni de la “desaparición” del Estado; sino de la destrucción (no del “trabajo asalariado”, sino por el “trabajo asalariado”) del Estado Burgués.  El Estado o semi-Estado proletario es el que se extingue, si se quiere “desaparece” tras un largo y complejo “período de transición”.
Todo es ambiguo, nada está claro y todo parece estar invertido.
Una sociedad desarrollada, a partir del “trabajador independiente dueño de su medio de producción” puede dar origen (descartamos que el cro. Grompone piense en un nuevo tipo de capitalismo), al sueño utópico anarquista de una sociedad de pequeños propietarios sin autoridad, sin Estado; o, al no menor “sueño utópico” socialdemócrata de un capitalismo más justo, con unas fuertes capas medias y un Estado Burgués que se va extinguiendo.

El capitalismo cambia, genera nuevos fenómenos, procesos, etc. …, pero las respuestas supuestamente “innovadoras” no dejan de girar en torno a las “viejas” discusiones de la izquierda, a sus “viejos” intentos  siempre fracasados de “superar” aspectos fundamentales del marxismo: la revolución como necesidad histórica, el problema de la clase revolucionaria, la cuestión del estado, la lucha de clases y su carácter irreconciliable, dialéctica o metafísica, determinismo económico o el factor subjetivo como fuerza creadora de la historia, etc.  Y esto es así, precisamente porque las ideas de Marx, Engels y Lenin  (aunque al cro. Grompone le rechine porque sigue creyendo que la contradicción entre mencheviques y revisionistas con el leninismo consistía en si se podía construir el socialismo en las condiciones de Rusia y no en la cuestión de la hegemonía), en sus previsiones fundamentales tienen absoluta vigencia en el mundo actual y es, justamente por esto, que sus contradictores o los intentos de “superarlo”, cuando se “rasca un poco” sus “novísimas” ideas recaen en los “viejos” problemas planteados y resueltos por los fundadores y “su más grande continuador reciente”, como llamaba Gramsci a Lenin.

ALDO SCARPA  - Comité “28 de noviembre de 1971” – Coordinadora “B” – Frente Amplio

 Nota: Las opiniones aquí vertidas no comprometen al Comité.




 

jueves, 19 de noviembre de 2015

R E S P O N S O A T E O



RESPONSO ATEO

Una nave sin tripulantes ni capitán.
Camarotes sin viajeros a quienes albergar.
Timón sin timonel, brújula sin rumbo que orientar.
Anclas y amarras, sin fondeadero donde aferrar.
Un solo pasajero, sin tiempo ni espacio que ocupar.
Sin equipaje ni mochila, sin pasado ni rastros que borrar,
sin huellas de presente, ni futuro que presagiar.

Un viaje sin destino de donde retornar.
Un viaje sin playa ni puerto adonde arribar.
Una nave sombría que penosamente se deja arrastrar,
por olas que en un abismo insondable han de naufragar.
El pasajero que en la negrura del abismo se ha de internar,
su  única pertenencia está obligado a abandonar.
Fiel amiga  su sombra que por siempre lo supo acompañar.

Nadie sabe cuándo se ha puesto el sol en la eternidad,
ni tampoco cuando brillará.
La luna se pintó de negro y ya jamás alumbrará,
pues no hay enamorados en la eternidad.

Cierra  tus ojos pasajero, ya no los necesitarás,
en un mundo sin cielo ni estrellas, ni fuego que avivar.
El estruendo infernal, jamás podrás escuchar.
Es sin sonido la música celestial que no sentirás.

De las flores su aroma cada mañana no te amanecerá,
ni  la suave piel de tu amada junto a ti te adormecerá.
No hay días no hay noches, no hay sueños ni despertar,
Es la nada en la nada.    Así es la eternidad.
No busques dioses ni profetas, no los has de hallar,
han desparecido buscando el fin de la eternidad.
No temas pasajero, que en la nada, de nada te has de enterar.

LUIS SCARPA BRUSCO  - NOVIEMBRE 2015

domingo, 19 de julio de 2015

YO VI JUGAR A LOS 22 - Reflexión ll



Maracaná  .  Reflexión ll

YO VI JUGAR A LOS 22

En una cálida noche del 12 de febrero de 1938, Atilio García recién llegado de la vecina orilla, convierte los tres goles con que el Club Nacional de Fútbol vence tres a dos al club argentino San Lorenzo de Almagro.

La alegría debe haber sido de tal magnitud, que pocas horas después decidí nacer y abandonar el placentero vientre materno.

Esta circunstancia selló la pasión que me ha acompañado a lo largo de mi existencia, el fútbol.

Por cierto que no ha sido la única ni la más trascendente, pero sí la más extensa e ininterrumpida.

Esto puede explicar lo del título; “yo vi jugar a los 22”. Titulares y suplentes circunstanciales en Maracaná.

Inmigrantes italianos eran mis abuelos con una numerosa prole; once hijos. Yernos y nueras, nietos, primos, sobrinos y toda la parentela de la raza familiar, vivía o transitábamos por aquella gran casa del barrio Palermo.

Por algunos recuerdos de la infancia, por referencias familiares o por compartir luego nuestra vida adulta con parte de la familia, tuve siempre la sensación que todos eran “manyas”. Por lo menos los que eran aficionados al fútbol.

Pero de aquella oncena de hijos, de los cuales conocí a seis y solo recuerdo a cinco, por lo menos seguro sé que los dos menores cumplían con la regla de la excepción y uno de ellos era mi viejo. También, sé que no eran aficionados al balompié.

Desde que empecé a proyectarme como un ser humano me recuerdo con una pelota en los pies y afortunadamente un hermano de mi vieja, el tío Mario, hincha y socio tricolor me llevaba al estadio.

En fin, el 16 de julio de 1950 tengo doce años y medio, me encuentro sentado al borde del colchón de lana que se hunde en una parrilla de hierro, alambre y resortes de una cama con respaldo de metal y barrotes de bronce torneados. En el mismo cuarto la camita de mi hermana y el toilette con su espejo y los frasquitos de un mismo color sobre las carpetitas de croché, igual que en los tangos.  A mi lado la mesita de luz con su infaltable radio a válvula con caja de madera.

Allí escuche el relato de la final de Maracaná a través de CX18 Radio Sport en la voz de Chetto Pellicciari y el comentario de Luis Víctor Semino.

Por más que he buscado en los archivos de mi memoria, no puedo recordar donde estaban mis viejos y mi hermana.

Solo he guardado el registro de mi imagen congelada en ese escenario.

Luego la calle, debo suponer que sería 18 de julio.

Una de mis primas y su esposo habitaban la mencionada casa familiar.  Él tenía un camión con el cual realizaba la distribución de los diarios matutinos y vespertinos. Las “manos” (paquetes) de diarios se iban dejando en las esquinas o lugares de donde eran retirados por los canillitas. La prensa se voceaba, se vendía en la calle y se repartía a domicilio.

En ese camión con su caja colmada con toda la familia fuimos a recibir a los flamantes campeones.

Y sobre este acontecimiento mi memoria no tiene más datos, todo lo que pudiera agregar es aprendido o sería mera fantasía.

De cualquier manera lo del título vale, aunque siendo sincero, de Morán que fuera titular en la final sustituyendo al “patrullero” Vidal, no tengo recuerdo de él, salvo por su integración en el seleccionado del 50.

Creo que a todos ellos los seguí viendo luego de Maracaná, sobre todo a los que pertenecían a Nacional y a Peñarol.

Acontece que a Peñarol lo veía siempre, pues como no me permitían ir solo al estadio, un amigo de la infancia -el “Cacho” Bemposta- dos o tres años mayor e hincha de los aurinegros me llevaba semanalmente a la Colombes. Es así, que desde los inicios vi a la famosa máquina, e incluso mantengo la imagen de un acontecimiento que causó gran conmoción, la fractura  del “negro” Ortuño, también campeón del 50.

Si bien por mi edad difícilmente pudiera tener valoraciones y forjar juicios propios en torno al juego y sus protagonistas, luego la vida me permitiría afirmar sin ningún tipo de duda, que fue una época con una pléyade de jugadores sobresalientes.

Tan es así, que llegamos al mundial de 1954 y estuvimos al borde de una nueva hazaña, tan o más difícil aún que Maracaná. No se dio y fue frustrante.

Hoy cualquier selección estaría festejando alborozada aquel cuarto puesto.


Luis Scarpa Brusco
Montevideo, 18 de julio de 2015