domingo, 19 de julio de 2015

YO VI JUGAR A LOS 22 - Reflexión ll



Maracaná  .  Reflexión ll

YO VI JUGAR A LOS 22

En una cálida noche del 12 de febrero de 1938, Atilio García recién llegado de la vecina orilla, convierte los tres goles con que el Club Nacional de Fútbol vence tres a dos al club argentino San Lorenzo de Almagro.

La alegría debe haber sido de tal magnitud, que pocas horas después decidí nacer y abandonar el placentero vientre materno.

Esta circunstancia selló la pasión que me ha acompañado a lo largo de mi existencia, el fútbol.

Por cierto que no ha sido la única ni la más trascendente, pero sí la más extensa e ininterrumpida.

Esto puede explicar lo del título; “yo vi jugar a los 22”. Titulares y suplentes circunstanciales en Maracaná.

Inmigrantes italianos eran mis abuelos con una numerosa prole; once hijos. Yernos y nueras, nietos, primos, sobrinos y toda la parentela de la raza familiar, vivía o transitábamos por aquella gran casa del barrio Palermo.

Por algunos recuerdos de la infancia, por referencias familiares o por compartir luego nuestra vida adulta con parte de la familia, tuve siempre la sensación que todos eran “manyas”. Por lo menos los que eran aficionados al fútbol.

Pero de aquella oncena de hijos, de los cuales conocí a seis y solo recuerdo a cinco, por lo menos seguro sé que los dos menores cumplían con la regla de la excepción y uno de ellos era mi viejo. También, sé que no eran aficionados al balompié.

Desde que empecé a proyectarme como un ser humano me recuerdo con una pelota en los pies y afortunadamente un hermano de mi vieja, el tío Mario, hincha y socio tricolor me llevaba al estadio.

En fin, el 16 de julio de 1950 tengo doce años y medio, me encuentro sentado al borde del colchón de lana que se hunde en una parrilla de hierro, alambre y resortes de una cama con respaldo de metal y barrotes de bronce torneados. En el mismo cuarto la camita de mi hermana y el toilette con su espejo y los frasquitos de un mismo color sobre las carpetitas de croché, igual que en los tangos.  A mi lado la mesita de luz con su infaltable radio a válvula con caja de madera.

Allí escuche el relato de la final de Maracaná a través de CX18 Radio Sport en la voz de Chetto Pellicciari y el comentario de Luis Víctor Semino.

Por más que he buscado en los archivos de mi memoria, no puedo recordar donde estaban mis viejos y mi hermana.

Solo he guardado el registro de mi imagen congelada en ese escenario.

Luego la calle, debo suponer que sería 18 de julio.

Una de mis primas y su esposo habitaban la mencionada casa familiar.  Él tenía un camión con el cual realizaba la distribución de los diarios matutinos y vespertinos. Las “manos” (paquetes) de diarios se iban dejando en las esquinas o lugares de donde eran retirados por los canillitas. La prensa se voceaba, se vendía en la calle y se repartía a domicilio.

En ese camión con su caja colmada con toda la familia fuimos a recibir a los flamantes campeones.

Y sobre este acontecimiento mi memoria no tiene más datos, todo lo que pudiera agregar es aprendido o sería mera fantasía.

De cualquier manera lo del título vale, aunque siendo sincero, de Morán que fuera titular en la final sustituyendo al “patrullero” Vidal, no tengo recuerdo de él, salvo por su integración en el seleccionado del 50.

Creo que a todos ellos los seguí viendo luego de Maracaná, sobre todo a los que pertenecían a Nacional y a Peñarol.

Acontece que a Peñarol lo veía siempre, pues como no me permitían ir solo al estadio, un amigo de la infancia -el “Cacho” Bemposta- dos o tres años mayor e hincha de los aurinegros me llevaba semanalmente a la Colombes. Es así, que desde los inicios vi a la famosa máquina, e incluso mantengo la imagen de un acontecimiento que causó gran conmoción, la fractura  del “negro” Ortuño, también campeón del 50.

Si bien por mi edad difícilmente pudiera tener valoraciones y forjar juicios propios en torno al juego y sus protagonistas, luego la vida me permitiría afirmar sin ningún tipo de duda, que fue una época con una pléyade de jugadores sobresalientes.

Tan es así, que llegamos al mundial de 1954 y estuvimos al borde de una nueva hazaña, tan o más difícil aún que Maracaná. No se dio y fue frustrante.

Hoy cualquier selección estaría festejando alborozada aquel cuarto puesto.


Luis Scarpa Brusco
Montevideo, 18 de julio de 2015