EL
DEBATE DE LAS IZQUIERDAS ¿Es posible ir más allá de la contraposición agenda de
derechos- lucha de clases? – por Alexis Capobianco - Junio
2020
En
los últimos tiempos, dos corrientes se han expresado con claridad en la
izquierda y sus posicionamientos y debates se han hecho en gran medida
públicos. Una de ellas la podemos llamar “progresista” y simplificadamente
plantea la adhesión a la agenda de derechos, una serie de políticas que apuntan
a compensar las desigualdades sociales inherentes al capitalismo, pero sin una
estrategia tendiente a superarlo, y una visión que se intenta alejar del
talante privatizador extremo del neoliberalismo, aunque sin dejar de valorar
positivamente la confluencia o colaboración entre lo público y lo privado. Se
puede decir -en síntesis- que esta perspectiva no visualiza como viables
determinados cambios sociales más profundos. Para algunas expresiones del
progresismo, incluso, determinadas transformaciones más radicales no solo son
poco viables sino que ni siquiera son deseables. Se trata de una visión que
milita por un capitalismo más humano o más justo; en otros casos, plantea -en
un muy largo plazo- la posibilidad de una sociedad socialista, pero en las
circunstancias actuales no ve como viables transformaciones que avancen en ese
sentido. Por otro lado, tenemos una izquierda cuyo énfasis está puesto en la
lucha de clases y en las cuestiones estructurales; está compuesta por un arco
bastante amplio, pero simplificando bastante las cosas, podemos decir que es
una corriente que plantea, en mayor o menor medida, mantener algunas de las
banderas tradicionales de la izquierda, entre ellas la lucha por estructuras
económicas diferentes a las actualmente vigentes, el cuestionamiento a la
transnacionalización o al imperialismo y a las políticas que perpetúan la
dependencia o las relaciones de subordinación internacional. No todos los
integrantes de lo que podríamos llamar esta corriente de izquierda “estructuralista”
proponen objetivos postcapitalistas, por lo menos en forma explícita, pero sí
una serie de cuestionamientos fuertes por lo menos al actual orden capitalista
transnacionalizado y neoliberal. Para esta corriente, que debate con la
izquierda progresista, la agenda de derechos constituye algo así como un
distractor de las verdaderas luchas, una especie de táctica de la “zanahoria”
que permite a los grandes poderes capitalistas mundiales profundizar su proceso
de globalización neoliberal, evitando que se profundicen las luchas contra
ella. En esta corriente hay muchas versiones y matices, pero en forma
esquemática esos serían algunos de sus rasgos centrales. Por otro lado, la
corriente progresista ve a la izquierda que se centra en lo estructural como
incapaz de visualizar los cambios en las sociedades presentes que hacen
inviables algunas transformaciones que hasta hace unas décadas podían ser
realizables. La supone además, por acción u omisión,
funcional a la reproducción de relaciones de subordinación, dominación y
exclusión que son cuestionadas por la agenda de derechos, como las propias de
las estructuras patriarcales y de las tendencias homofóbicas de nuestra
sociedad.
Existen,
sin duda, toda una serie de posturas que no se sitúan a nivel de la izquierda
en ninguno de estos dos “polos” por llamarlos de alguna manera. Se trata de
posicionamientos alternativos que apuntan tanto a cambios estructurales como
así también a cambios legales y culturales que permitan avanzar contra una
serie de relaciones de subordinación y dominación que no pueden ser reducidas a
cuestiones económico-estructurales[1],
y en lo que ha habido avances significativos en nuestro país en los últimos 15
años. Sin embargo, estas visiones suelen ser soslayadas por quienes se sitúan
en una de las posiciones polares, porque para ellos no es posible lo que
podríamos llamar una síntesis, una superación de la contraposición.
Algunos
antecedentes históricos
En
el debate entre “las izquierdas”, los dos “polos” tienden a presentar a la
“agenda de derechos” como si fuera un fenómeno totalmente nuevo, sin embargo
esta “nueva agenda” tiene antecedentes muy importantes. Este olvido de la
historia puede además llegar a conclusiones que una somera revisión permite
cuestionar fácilmente. El concepto de patriarcado es considerado por algunos
exponentes de la izquierda que denominaremos “estructural” como una
construcción propia de las corrientes postmodernas, asociada a la izquierda
progresista. Sin embargo este año se cumplen 200 años del nacimiento de
Friedrich Engels, quien en su obra “El origen de la familia, la propiedad
privada y el estado” reinterpreta en términos del materialismo histórico los
estudios de antropolólogos como el alemán Bachoffen o el estadounidense Morgan,
quienes plantean precisamente ese concepto. El “Origen” es una obra que
sostiene además la relación no meramente casual sino necesaria entre relaciones
de explotación económica, propiedad privada, estado y el desarrollo de la
dominación masculina.
Siguiendo
con la historia, podemos ver que muchos de los principales exponentes del
socialismo europeo le dieron una gran importancia a la cuestión de la
emancipación femenina, como las espartaquistas Clara Zetkin -quien propondrá el
8 de marzo como el día internacional de la mujer, en recuerdo a las
trabajadoras asesinadas por sus patrones en EEUU- y Rosa Luxemburgo, o Nadia
Krupskaia en el partido bolchevique junto a Alexandra Kollontai, que realizará
aportes teóricos muy relevantes sobre esta problemática[2],
dando continuidad a una tradición de lo que ha sido llamado feminismo
socialista que se desarrolla desde el siglo XIX con Flora Tristán y se prolonga
con la obra de pensadoras como Angela Davis en el siglo XX. Y si vamos al plano
de la concreción histórica, podemos señalar algo que muchas veces pasa
inadvertido: la revolución de octubre no solo expropió a las fábricas y a los
terratenientes, sino que concretó la igualdad jurídica entre el hombre y la
mujer en momentos en que las mujeres estaban excluidas de los derechos
políticos en la mayor parte del mundo, legalizó el divorcio -primero por
voluntad de cualquiera de las partes, luego por sola voluntad de la mujer o
acuerdo de las partes-, también legalizó el aborto, y algo menos conocido aún
es que abolió todas las leyes zaristas contra los homosexuales, fundamentando
que eran relaciones “tan naturales”[3]
como las heterosexuales. Además, los bolcheviques discutían qué
transformaciones eran necesarias para que la igualdad no quedara reducida a un
plano jurídico, y se pudiera transformar en una igualdad sustantiva.[4]
Nuestra
América tampoco fue ajena a estas tendencias que se desarrollaron en el
marxismo europeo. En la década del 20, José Carlos Mariátegui escribirá un
artículo sobre las reivindicaciones feministas en donde defiende el carácter
revolucionario del feminismo, desde una perspectiva que no ve como
contrapuestas la lucha de clases y la lucha feminista sino como
complementarias. Lo incompatible para Mariátegui[5]
es el feminismo con tratar de mantener
una sociedad dividida en clases:
“El feminismo, como idea pura, es esencialmente
revolucionario. El pensamiento y la actitud de las mujeres que se sientan al
mismo tiempo feministas y conservadoras carecen, por tanto, de íntima
coherencia. El conservatismo trabaja por mantener la organización tradicional
de la sociedad. Esa organización niega a la mujer los derechos que la mujer
quiere adquirir”.[6]
Con
el ascenso de Stalin, y una visión del marxismo con un gran componente
economicista y fuertemente conservadora en algunos aspectos culturales, habrá
retrocesos importantes en todas estas cuestiones. Por otro lado, las izquierdas
socialdemócratas europeas o los reformismos latinoamericanos no le darán una
gran relevancia a estas problemáticas en general, aunque se pueden señalar aquí
y allá algunos avances concretos durante el siglo XX, desde el voto de la mujer
hasta la legalización del aborto en muchos países, tanto de europa occidental
-particularmente en los países nórdicos durante los gobiernos
socialdemócratas-, como oriental, también en América Latina y otras partes del
mundo, que contaron en general con un decidido apoyo de la izquierda. Pero en
general se puede visualizar que la mayor parte de las izquierdas, y de sus
militantes y dirigentes, no fueron ajenos a una cultura machista predominante y
quedó de lado, o por lo menos disminuyó significativamente, el impulso
transformador-cultural que se visualizaba en las primeras décadas del siglo XX.
También
en nuestro país existieron, en la izquierda política y partidaria, importantes
antecedentes como Paulina Luisi en el Partido Socialista, o los planteamientos
de Rodney Arismendi de transformar a la emancipación de la mujer en “bandera de
la revolución”[7] y su
preocupación por la problemática ecológica. Más cercano en el tiempo, el
Partido Socialista de los Trabajadores, en la década del 90, puso un fuerte
énfasis en las luchas feministas, de los colectivos LGTBI y en la discusión
sobre la legalización de las drogas. Esto no quiere decir que esa fuera la tónica
general de la izquierda ni que no predominara en amplios sectores de la misma
una visión y una serie de prácticas muy
permeadas por la cultura machista hegemónica en nuestra sociedad, pero sí
podemos constatar una serie de antecedentes relevantes en diversas corrientes
ideológicas de la izquierda uruguaya.
Si
vamos a la historia, podemos ver que la contraposición entre ambos tipos de
luchas se vuelve bastante cuestionable y que la “nueva agenda de derechos”
tiene importantes antecedentes, tanto en las corrientes reformistas como en las
revolucionarias de la izquierda, siendo la orientación a integrar las diversas
luchas y no contraponerlas muy clara en algunos dirigentes y momentos
históricos. Y es que ambos tipos de transformaciones se orientan hacia una
mayor igualdad, lo que constituye un componente fundamental de las ideologías
de izquierda.
Algunos
aportes teóricos
Pero
hay otra serie de razones y desarrollos téoricos[8]
que señalan no solamente que estas luchas no solo no son incompatibles, sino
que en un sentido profundo son mutuamente solidarias. Para plantearlo de otro
modo, si luchamos por la igualdad a nivel jurídico y de derechos pero no
cuestionamos las estructuras sociales que reproducen constantemente relaciones
de desigualdad, las transformaciones van a ser muy limitadas. Y si luchamos por
transformaciones estructurales, sin apostar a transformaciones a nivel cultural
y de derechos de minorías o grupos subaltenizados, seguiremos reproduciendo
situaciones de injusticia a nivel social y no se crearán condiciones para una
emancipación social en un sentido más amplio, existiendo el riesgo de que el
predominio de relaciones e ideologías en su esencia no igualitarias actuén de
freno o reviertan incluso los cambios a nivel estructural.
Pensadores
que apuntaron a una síntesis del marxismo con el psicoanálisis, como Wilhelm
Reich o algunos exponentes de la escuela de Frankfurt, desarrollaron el
concepto de personalidad autoritaria para explicar fenómenos como el ascenso
del fascismo en Europa, particularmente en Alemania, y el contraste entre las
respuestas de las diferentes clases sociales pero también de distintos individuos
de la misma clase social. Esa personalidad autoritaria la solían visualizar
como producto de determinadas tendencias culturales y estructuras autoritarias
-entre ellas un tipo de familia caracterizada por la dominación masculina- que
conformaban una personalidad autoritaria tendiente a aceptar una sociedad
jerárquica y de dominación de clases. En forma muy sintética y simplificada:
las estructuras autoritarias propias de la dominación masculina reproducían la
división de la sociedad de clases y las estructuras de dominación y explotación
que le son inherentes, y la sociedad estructurada en clases sociales reproducía
las estructuras de dominación, incluida la masculina y las ideologías
jerárquicas y autoritarias en general.
Más cerca en el tiempo nos encontramos con
una pensadora como Nancy Fraser, quien en su artículo “Redestribución y
reconocimiento”[9] plantea dos grandes
grupos de teorías de la justicia: como reconocimiento y como redistribución.
Las primeras aluden a situaciones de injusticia cultural, de no reconocimiento
de grupos subalternizados; la justicia como redistribución se relaciona con
situaciones de injusticia económica, de explotación o marginación económica.
Hay una tensión entre ambos tipos de justicia, porque mientras la justicia como
reconocimiento tiende a promover la diferenciación o llamar la atención sobre
la especificidad de un grupo, “… las exigencias de redistribución, por el contrario,
abogan con frecuencia por la abolición de los arreglos económicos que sirven de
soporte a la especificidad de los grupos. Por consiguiente, los dos tipos de
exigencia… pueden interferirse e incluso obrar uno en contra del otro”. La
distinción entre los diferentes tipos de injusticia es más que nada analítica,
en la práctica “Lejos de ocupar dos esferas herméticas separadas, la injusticia
económica y la cultural se encuentran, por consiguiente, usualmente
entrelazadas de modo que se refuerzan mutuamente de manera dialéctica”. Este
“encuentro” de los diferentes tipos de injusticia no significa que no exista
tensión entre reconocimiento y redistribución, no es un falso dilema, existe
una contradicción entre diferenciación y desdiferenciación. ¿Qué tipos de
políticas se pueden desarrollar ante estas injusticias? Nancy Fraser distingue
las políticas afirmativas, que intentan corregir los efectos sin modificar las
causas -el “marco general”- que origina la injusticia, y las transformativas,
que apuntan en cambio a corregir efectos intentando modificar precisamente las
causas más profundas. Si tomamos las injusticias culturales, las politicas
afirmativas están asociadas con lo que la autora llama “multiculturalismo
central”, que buscan revaluar “identidades devaluadas”, las políticas
transformativas por el contrario buscan “la transformación de la estructura
cultural-valorativa subyacente”. A nivel de injusticias económicas, las
políticas afirmativas se proponen una política de redistribución que implique
transferencias a los sectores económicos en desventaja pero sin modificar la
estructura “político-económica” que origina este tipo de injusticias, en cambio
las transformativas buscan “reparar la distribución injusta mediante la
transformación de la estructura político-económica subyacente.”, Estas últimas
son las soluciones por las que se inclina Nancy Fraser, que implicarían una
política socialista a nivel de redistribución y de deconstrucción a nivel
cultural, pero que se enfrentan a serias dificultades que podríamos llamar
políticas e ideológicas a la hora de concretarlas a nivel práctico.
En
nuestro medio, partiendo de la caracterización que hace el filósofo
germano-costarricense Franz Hinkelammert de la democracia como un “régimen de
realización de derechos humanos”, Yamandú Acosta retoma esta visión que permite
ir más allá de la visión politicista predominante que la plantea como “un
régimen de gobierno”, apuntando a una visión más amplia y profunda de la
misma “...sin
negar por ello en principio la pertinencia de instituciones, requisitos y
procedimientos que de acuerdo a la misma califican a un sistema político como
democrático…”[10]
Entre estos derechos humanos nos encontramos con distintas generaciones de
derechos que se relacionan, a su vez, con diferentes dimensiones de la
democracia:
“Derechos
humanos civiles, políticos, económicos y sociales y finalmente culturales,
identificados corrientemente como de primera, segunda y tercera generación,
constituyen entonces los referentes de la democracia en sus dimensiones
política, económica, social y cultural, en una visible ampliación,
profundización y complejificación del sentido y alcance de la palabra
‘democracia’, problematizando su pretendida vigencia en los procesos
histórico-sociales de la modernidad occidental…”[11]
Los
de primera generación refieren a las libertades civiles y políticas impulsadas
por la burguesía ascendente, los segundos se relacionan con el movimiento
obrero y el proyecto emancipatorio socialista, y los de tercera generación se
relacionan con las luchas de grupos particulares, minorías raciales y
culturales, feministas, etc. A estos se puede agregar los de cuarta generación
o “derechos de la naturaleza”. Simplificando mucho, se puede decir que la
relación entre estos derechos no es a-conflictiva, la “totalización” de alguna
generación de derechos puede conducir a la negación de otros, también hay tensiones
entre el universalismo que suponen algunos y el particularismo que suponen
otros, lo cual no significa que su compatibilización no sea realizable.
Podemos ver en esta exposición más que
simplificada que la combinación de los diferentes tipos de luchas no está
exenta de dificultades, que las relaciones entre las diferentes tipos de
políticas y de criterios de justicia es compleja y puede implicar algunas veces
contradicciones, pero cuya compatibilización no solo no es imposible sino que
es más que necesaria, en tanto las
diferentes formas de injusticia y dominación no son totalmente independientes
entre sí, sino que, por el contrario, tienden a retroalimentarse.
¿Hemos
podido ir más allá de esta contraposición en Uruguay?
Las
críticas al feminismo y a los movimientos de la diversidad sexual en nuestro
país suelen olvidar que el feminismo es diverso, que existe más de un feminismo
o más de una forma también de visualizar las luchas LGTBI, y si bien en otros
lugares pueden haber predominado determinadas visiones que no son capaces de
trascender sus luchas específicas hacia un cuestionamiento más general de la
sociedad, y que conciben esa lucha más que nada desde una visión propia de
sectores estructuralmente dominantes o por lo menos acomodados, en nuestro país
esa no ha sido la tónica predominante; por el contrario, se puede visualizar
que tanto el movimiento feminista como el movimiento LGTBI han sido solidarios
con otro tipo de luchas y hacen planteamientos y cuestionamientos que
trascienden la lucha particular, y que una parte significativa -sobre todo del
movimiento feminista- está muy vinculada al movimiento de los trabajadores y
son también militantes activas del PIT-CNT. Y en el caso que predominaran
visiones más particularistas, la izquierda tendría que ser capaz de conectar
esas luchas parciales, justas en su esencia, con luchas más generales, como
también ha intentado hacer históricamente en otros movimientos sociales, como
el sindicalismo o el estudiantil. La promoción por parte de determinados representantes
de la gran burguesía internacional de la “agenda de derechos”, como puede ser
el caso de George Soros, suele olvidar que otros sectores del capital y algunos
de sus principales exponentes políticos,
desde Ronald Reagan y Margaret Tatcher hasta los Bush y Donald Trump, son
firmes defensores de la agenda “antiderechos”. El problema es que a veces
parece visualizarse al capital como algo homogéneo y no se ve que hay en el
mismo contradicciones, aunque en los momentos fundamentales sepan estar unidos. También se podrían señalar muchos elementos que
podrían demostrar que, si bien muchos de estos avances fueron posibles en el
marco de los gobiernos del Frente Amplio, algunas de las figuras más
importantes del progresismo no fueron particularmente favorables a algunas de
las principales leyes que generalmente se incluyen dentro de la agenda de
derechos, en particular la despenalización del aborto, y más que impulsar a
veces lo que hicieron fue “dejar hacer”, pudiéndose concretar determinadas
leyes más que nada por el fuerte impulso que recibían desde los movimientos
sociales y la sociedad civil.
Por
otro lado, las tendencias de izquierda que han adoptado una perspectiva
progresista sin un horizonte postcapitalista, suelen dejar de lado una serie
muy importante de cuestionamientos desde el punto de vista ecológico que entran
en fuerte contradicción con un modelo económico fuertemente basado en el
agronegocio y la inversión extranjera directa. Tampoco crean condiciones para
superar de una manera más profunda determinadas formas de subalternización, al
no apuntar a un cambio de las estructuras que han sido históricamente la base
de las tendencias políticas e ideológicas más conservadoras y reaccionarias,
entre ellas la gran propiedad agraria. Asimismo, al no avanzar en ese tipo de
transformaciones, suelen entrar en contradicción con sectores muy importantes
de la clase trabajadora y otros sectores populares, alejándose de los
movimientos sociales, que en gran medida son o fueron su base social, y contribuyendo
a un desencanto político progresivo ante la ausencia de un horizonte
transformador a largo plazo. Suelen desestimar, además, las críticas a
determinadas políticas o acuerdos, ya sean Tratados de Libre Comercio o con
empresas transnacionales, que lesionan nuestra soberanía, y que si bien pueden
repercutir en lo inmediato cierto crecimiento económico, a largo plazo
reproducen nuestro carácter de productor de commodities con poco valor
agregado, perpetuando relaciones de dependencia y nuestro subdesarrollo e
impactando muy negativamente a nivel del medio ambiente.
A
nivel del debate público ha sido Hoenir Sarthou quien tal vez ha expresado más
constantemente el cuestionamiento a las tendencias progresistas de la izquierda
y quien ha planteado en forma clara una visión crítica hacia aspectos centrales
de algunas políticas que tienden a perpetuar o profundizar relaciones de
dependencia, si bien no es alguien que se exprese en general en términos de
lucha de clases u otros conceptos propios del marxismo a los cuales aludimos en
el título. Si apostamos a superar la
contraposición entre ambos tipos de lucha, no es compartible su visión en torno
a la agenda de derechos ni sobre el feminismo o los movimientos LGTBI en general,
pero sí son compartibles o por lo menos a tomar en cuenta muchos de sus
planteamientos sobre aspectos estructurales y el modelo de inserción económico
internacional. Por el lado de lo que sería la corriente progresista no hay un
exponente tan claro, aunque en columna reciente Marcelo Aguiar Pardo[12]
ha expresado muy claramente esta concepción. Desde una visión que intenta
superar la contraposición entre los diversos tipos de lucha, son compartibles
muchos de sus planteamientos sobre la agenda de derechos y algunas críticas a
la izquierda “estructural” que muchas veces se desplaza hacia una visión muy
simplificadora de las luchas por el reconocimiento, pero a su vez parece
asociar a toda postura de izquierda que vaya más allá de cierto sentido común
progresista con visiones “conspiranoicas”, irracionalistas y anticientíficas.
No es ninguna teoría conspiranoica que desde las clases dominantes y
determinadas instituciones de carácter internacional se ha promovido la
globalización neoliberal, es algo muy fácilmente constatable, hecho
abiertamente y que responde a la mismas tendencias intrínsecas a la economía
capitalista, es decir, a cuestiones estructurales y no simplemente de
“voluntad”, como la concentración, centralización y transnacionalización del
capital.
Todo
esto está planteado en forma muy esquemática, en la práctica no siempre se
expresan estos dos “polos” en forma tan “pura”; no convendría tampoco
identificar al polo “progresista” con el Frente Amplio y al polo de la
izquierda estructural con la izquierda no frenteamplista, de hecho ambas
tendencias pueden percibirse tanto fuera como dentro del Frente Amplio si bien
puede predominar aquí y allá una u otra. Por último somos muchos los que no
vemos determinados avances legales propios de la agenda de derechos y
transformaciones estructurales como dos posibilidades excluyentes, y que
concebimos que si bien puede haber dificultades concretas para lograr una
síntesis en determinados momentos y circunstancias, ambos tipos de tareas son
imprescindibles para la construcción de una sociedad más democrática y más
justa, en un horizonte emancipatorio superador de las diversas formas de
dominación y explotación existentes de unos seres humanos por otros.
Prof. ALEXIS CAPOBIANCO -
Monteviideo, 24 de junio de 2020
[1]En
este sentido no excluyente va Rodrigo Lupinacci en la columna “La izquierda
alquilada y la izquierda confundida: comentarios sobre “El hombre que alquiló a
la izquierda” de Hoenir Sarthou.” en
https://pensarlarepublica.info/la-izquierda-alquilada-y-la-izquierda-la-confundida-comentarios-sobre-el-hombre-que-alquilo-a-la-izquierda-de-hoenir-sarthou/.
Existen muchos aportes en un sentido similar, muy sólidos y muy bien
argumentados, destacamos este porque fue escrito recientemente y aborda el
problema en forma explícita.
[2] Kollontai,
Alexandra, “Archivo Alexandra Kollontai”. Marxists Internet Archives. Recuperado
de https://www.marxists.org/espanol/kollontai/index.htm
[3] Reich, Wilhelm, La revolución sexual, Ed.
Planeta-Agostini, Barcelona, 1993.
[4] La agenda de derechos también implica la crítica y la lucha
contra formas de opresión racial, étnica o nacional entre otras. Si bien son
muy relevantes, y existen en la izquierda importantes antecedentes, como la
defensa del principio de autodeterminación de los pueblos, nos centraremos en
las de género y de la diversidad sexual pues han sido estas las que han estado
mayormente en el centro del debate en nuestro país.
[5] En Mariátegui es particularmente destacable
en este debate su ensayo sobre “El problema del indio”, donde analiza las
causas estructurales de la opresión de los pueblos indígenas pero desde una
perspectiva que no es económicamente reduccionista, el indégena, por las
tradiciones comunitarias y por el lugar que ocupa en la estructura social es
parte fundamental, junto a la clase trabajadora, de lo que podríamos llamar el
sujeto de la revolución tanto antiimperialista como socialista.
[6]Mariátegui, José Carlos, “Las
reivindicaciones feministas” en Mariátegui, José Carlos, Temas de educación.
Obras completas. Tomo 14, Ed. Amauta, Lima. Recuperado de: https://www.marxists.org/espanol/mariateg/oc/temas_de_educacion/paginas/las%20reivindicaciones.htm
[7] Arismendi, Rodney,
“Marx y los desafíos de la época” en Arismendi, Rodney, Vigencia del
marxismo-
leninismo, Ed. Grijalbo, México,
1984, p. 66.
[8]Aquí
solo señalaré algunas que me parecen particularmente relevantes y que son
aquellas a las que he tenido mayor aproximación.
[9] Fraser, Nancy, Iustitia
Interrupta. Bogotá: Siglo del Hombre Editores-Universidad de Bogotá, 1997.
[10]Acosta,
Yamandú, Filosofía latinoamericana y democracia en clave de derechos humanos,
Ed. Nordan, Montevideo, 2008, p. 105.
[11]Ibid,
p. 105.
[12]Aguiar
Pardo, Marcelo, “Conspira-virus, la otra pandemia”.Recuperado de :
https://brecha.com.uy/conspira-virus-la-otra-pandemia/