viernes, 3 de julio de 2020

Homenaje a "CRISTO"

Homenaje a Cristo    -    por Aldo Scarpa

    Supuestamente, hace más de 2000 años habría surgido un hombre al cual llamaban       “El Cristo”.  En realidad, no se sabe a ciencia cierta si un tal individuo existió o no.  En todo caso, caben dos posibilidades: una, se trata de la creación ideal de un pueblo; dos, se trata de un personaje histórico real.  En el primer caso, es la construcción fantástica, irreal, de un pueblo; expresión ideal de los anhelos y necesidades de dicho pueblo, una síntesis ideológica a través de la creación de un “hombre ideal”, de un imprescindible jefe político – “El príncipe” de Maquiavelo – pero irreal.  En el segundo caso, la aparición de un jefe político real, surgido de las entrañas de un pueblo oprimido que ansiaba otro destino.

    De ser así, se trataría de un jefe revolucionario que supo expresar a ese pueblo, que tuvo la capacidad de dirección y la energía para conducir la lucha de las masas enarbolando, además, un conjunto de valores universales que excedían los reclamos inmediatos de aquellos, que apuntaban al hombre en general, o sea abstracto, “universal”.  En tal sentido, en estos aspectos se trata de una formulación utópica, entendida como objetivo irrealizable, pues la evolución de la humanidad no había creado aún las condiciones materiales, objetivas, para resolver tales problemas, de ahí su formulación abstracta.  Ni más ni menos, por ejemplo, que un Saint-Simon y la creación genial de su comité central a través del cual se terminaría la anarquía en la producción mediante la regulación de las relaciones económicas y que establecería, sin lograr decir como se haría ni que clase social dirigiría el proceso, la armonía entre la producción y el consumo.  O en otro sentido contrario, la romántica añoranza de un pasado lejano en Rousseau.  En el mismo sentido se pronunciaba “Don Quijote” tras compartir la comida con los cabreros añorando; “aquella dichosa época y siglos dichosos en que los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío”.

    Es decir, en tanto personaje histórico real aquel hombre expresa un momento, cual eslabón de una larga cadena, en la evolución de la lucha de los pueblos por la humanización del hombre.  En este proceso ascendente los pueblos avanzan y crean nuevas condiciones que acercan a aquel objetivo y de sus entrañas surgen jefes políticos que son expresión de cada momento histórico concreto.  De dicho proceso y, al mismo tiempo, se transforman en catalizadores del mismo y son aprendices adelantados y educadores del educador. 

   También aquí estamos ante un proceso de acumulación.  Un proceso de aproximación al “Cristo”.  Desde Espartaco a Robespierre o Saint-Just, desde Tupac Amarú hasta “el Protector de los Pueblos Libres”, desde Simón Bolívar hasta Martí, desde Parsons, Spief o Engel, hasta aquella “águila” polaco-alemana.  Y en este devenir también se produjo un salto en calidad.

    Tú, no fuiste parte de una “Santísima Trinidad” ideal, con su compleja e irreal relación de tres en uno.  Tú, integraste una “trinidad” real.  Los “padres fundadores” no concibieron ni crearon un mundo, tampoco evadieron responsabilidades con la excusa del “libre albedrío”.  ¡NO! Se comprometieron con su época y con la lucha de los trabajadores, con los pobres del mundo.  Estudiaron científicamente las leyes que rigen la evolución histórica de la sociedad y, en particular, las leyes que rigen el desarrollo de la sociedad capitalista.  No prefiguraron el destino del hombre, no le ofrecieron el paraíso en el cielo, ni la salvación después de la muerte, sino que fundamentaron de manera concreta el camino de la liberación de los trabajadores. 

    Y tú, su “hijo” predilecto, desarrollaste consecuente y creadoramente sus ideas en las nuevas condiciones, la teoría devino práctica concreta de millones de seres humanos.  La teoría de los “fundadores” se transformó en portentosa fuerza histórica.

    En este sentido, tú eres “El Cristo”.  Tú, hiciste en realidad pasar el enorme “camello”, los pobres del mundo, por el “ojo” de la “aguja” y demostraste que de verdad los “ricos” no entrarían al “reino de los cielos” en la tierra.

    Tú, fuiste el artífice y el inspirador de la descomunal proeza de consolidar por primera vez el poder de los trabajadores y las masas populares e iniciar la tarea de sentar las bases para construir una sociedad, en que los hombres se amaran;” los unos a los otros”.  Tú, fuiste quien en verdad echó a los mercaderes del “templo”, pero hiciste mucho más, expulsaste a una fuerza mucho más poderosa y siniestra, al capital financiero monopolista.

    Tú, que desde lo más hondo de tus entrañas cultivaste el odio más profundo y consecuente por el capitalismo y el amor más comprometido y fiel por la clase obrera y los pueblos.

     Tú, que supiste ver y enseñar el significado histórico, económico y político del imperialismo.  Tú, que eres el antimperialista por antonomasia. Tú, que fuiste el defensor más consecuente y radical del derecho de las naciones y los pueblos a su autodeterminación. Al respecto bastaría recordar tu polémica con Juinius, ¡ni más ni menos!  Tú, que cuando se trataban las cuestiones sobre la fundación del nuevo y luminoso estado obrero, combatiste y derrotaste a la tendencia sobre la “autonomización” y consagraste la independencia de todas las repúblicas, la libre y voluntaria unión y la libre y voluntaria separación de las mismas. Tú, que siendo ruso odiabas y enfrentabas el orgullo “Gran Ruso”.

    Tú, “creador de la hegemonía”, como decía el gran italiano al que cautivaste y al que cierta intelectualidad europea ha “secuestrado” y ultrajado impunemente.  Tú, que en consecuencia, enseñabas que la clase dirigente de la revolución era la clase obrera y que el partido era el partido de dicha clase.  Pero, que la revolución se basaba en la democrática alianza obrero-campesina y, que si la misma se resquebrajaba la revolución corría riesgo de inminente derrota.  Tú, que indicabas que, al enemigo de la clase, a la burguesía, se le puede “cortar la cabeza”, pero con los aliados se debe establecer una relación democrática, pues de quien se espera “confianza” y “entusiasmo”, nada se logra mediante la imposición.  Por el contrario, en esta fundamental cuestión política el único camino revolucionario era el de la “persuasión”, mediante un largo y paciente proceso de ejemplo, intercambio y experiencia. 

    Tú, que concebías la construcción del socialismo como un acto de libertad, “experimentar” y volver a “experimentar”.  Iniciar la tarea y si se detectan errores o se comprueba que la dirección adoptada es incorrecta se vuelve sobre los pasos, se desanda el camino y se vuelve a empezar una y otra vez.  Así aconsejabas, así concebías la construcción de la nueva sociedad.  En fin, tú, que no concebías a la NEP como un movimiento táctico, sino que era tu concepción sobre la construcción del socialismo en las condiciones de la Rusia atrasada.

    Tú, a quien jamás se le ocurrió saldar las diferencias con tus camaradas mediante la utilización de la coerción y la violencia.  Tú, que jamás abusaste ni utilizaste del poder consensuado y espontáneo que te concedían las grandes masas para imponer tus convicciones y tus criterios. Tú, que aplicaste la violencia como respuesta, como defensa, que siempre que pudiste elegir optaste por el debate democrático para convencer y explicar, para avanzar.  Tú, que siempre optaste por el intercambio democrático en las relaciones con tus camaradas, así fuera en la consideración de la conducta de Kamenet y Zinoviev cuando los episodios de octubre del 17, o cuando se planteaban las desavenencias con Trotsky y su “no bolchevismo”, o los debates con Bujarin por su “incomprensión de la dialéctica”.  Precisamente, estas radicales convicciones democráticas y humanistas son las que explican tus sugerencias y advertencias sobre la necesidad de no mantener a Stalin en cargos en los cuales se había concentrado mucho poder.

    Tú, que en el intercambio epistolar con Inés, intentabas explicar tu punto de vista: la cuestión no es su consideración subjetiva sobre la consigna “amor libre”, en lo cual seguramente coincidimos, decías.  La cuestión era su connotación histórico-política, su significado objetivo, de clase.  En este sentido, “amor libre” significa: la falta de seriedad en las cuestiones del amor, la libertad de adulterio, etc.  Y estas reivindicaciones no tienen nada que ver con los intereses de los trabajadores.  No es una consigna proletaria, sostenías.  El punto de vista de clase en la cuestión de “la liberación de la mujer” no reivindica que la mujer sea igual al hombre ni viceversa, sino que absolutamente nada puede prohibirse a la mujer por ser mujer.  Se trata, en primer lugar, de la lucha por la creación de las condiciones materiales que garanticen tal objetivo y, al mismo tiempo, la destrucción de las falsas ideas, prejuicios, que pesan sobre las mujeres y las mantiene dominadas.  En este sentido, el nuevo Estado que dirigiste, en sus primeros años consagró para la mujer los Derechos que las Repúblicas burguesas más democráticas no habían reconocido en más de 200 años. 

    Tú, que tras el triunfo de la revolución abriste el camino para el amplio y libre desarrollo de la creación artística.  Para la amplia difusión de las vanguardias, desde Tatlin y el monumento de la III internacional a la poesía de Maiacovski.  Tú, cuya alegría era incontenible cuando comprobabas la elevación y explosión cultural que provoca toda revolución popular.  Tú, que gustabas hablar con aquella bulliciosa y entusiasta juventud en las universidades.  Les preguntabas por lo que leían y te respondían que estaban maravilladas con tu tocayo.  Tú, sonriente les contestabas que te atraía más Tolstoi, etc.  Mientras, aquel joven poeta te dedicaba también a ti sus versos.

    Tú, eres “El Cristo”.  No porque seas un ser para idealizar y venerar, no porque seas un Dios, ¡nada más lejos de Dios!  Fuiste absolutamente terrestre. (cuentan tus allegados, tus camaradas más cercanos, de tu humor y de tu carcajada contagiosa y tu placer de jugar y reírte con los niños).  Por cierto, nada de lo humano te fue ajeno.  Fuiste el demócrata por excelencia.  La expresión individual más acabada y consecuente de la democracia.  Tú, eres “El Cristo” porque tu iniciaste la verdadera nueva era.  Tú, iniciaste el salto de la prehistoria de la humanidad a la verdadera historia del hombre.

    ¡Salud, 150 años junto a los trabajadores y los pueblos!

 

“No existió nunca

Un hombre más terrestre

Que V. Ulianov”

“Lenin sostuvo un pacto con la tierra.

Vio más lejos que nadie”.

 

De “Oda a Lenin” – Pablo Neruda

 

 

“Tú eres la nobleza del hombre

En ti empieza un nuevo linaje universal

Y así como tu vida fue la vida de la vida

Tu muerte será la muerte de la muerte”

 

De “Elegía a la muerte de Lenin” – Vicente Huidobro

 

 

“¡Oh pueblo que venciste a tu enemigo,

Lenin está contigo,

Como un Dios familiar simple y risueño,

Día a día en la fábrica de trigo,

Uno y diverso universal amigo,

De hierro y lirio de volcán y sueño!”

 

De “Lenin” - Nicolás Guillén

  

 

p.d.

    …Aquella era una mañana calurosa, agobiante.  El galpón había quedado desolado.  Correría el año 1982, yo tendría catorce años.  En la puerta de al lado ya no quedaba nadie, las mujeres y los niños ya habían pasado. En la otra puerta, la nuestra, quedábamos un muchacho unos años mayor y yo.  La “milica” abrió la puerta, miró y preguntó: ¿Quedan sólo ustedes dos?  Le respondimos que si e inmediatamente ordenó: pasen los dos.  Durante la “revisación” percibí que algo pasaba entre el compañero y la “milica” que lo revisaba.  Cuando salimos camino a la sala de espera, mientras desde la cabina los “milicos” nos abrían el portón alambrado, aquel muchacho me preguntó: ¿viste lo que pasó con la “milica”?

    Lo miré y le dije: sí, algo sentí, pero no entendí que pasó.

    Me dijo, la “milica” me preguntó cómo me llamaba, y le respondí: Vladimir.

    Lo miré y seguimos caminando.

    Cuando llegué al galpón entré, el murmullo permanente de los adultos, el griterío y las corridas de los niños, di la vuelta y salí.  Me senté en uno de los bancos de afuera, precisamente el que estaba frente por frente a la puerta por donde se entraba a la visita de los mayores, los largos bancos, el vidrio de por medio, los tubos de los teléfonos…

    Enseguida se acercó aquel muchacho y se sentó en el banco a mi derecha.

    ¿No entendiste lo que pasó?, me preguntó.

    No, le respondí.

    Es que Vladimir Ilich Lenin se llamaba el jefe de la revolución rusa, de los bolcheviques, me dijo.

    ¡Todo se iluminó en ese momento!

    El nombre completo, la palabra bolchevique…

    ¿En qué momento aquellas palabras habían accedido a mi cerebro? ¿En qué rincón oculto del inconsciente se habían sumergido? ¿Qué palancas se activaron inmediatamente en ese momento para volverlas a la superficie, para que las recuperara la conciencia?

    Aquella tarde, al volver del Penal de Libertad, en cuanto pude me zambullí en la vieja biblioteca delante de la cual pasaba diariamente sin detenerme en ella. Aquella biblioteca requisada en más de una ocasión por hombres de particular.  La biblioteca de madera negra hecha por Juan Carlos, el viejo anarquista que votaba al FA.

   Tenía absoluta conciencia de cuál era el objetivo a alcanzar.  Busqué y no lo encontré.  En un momento me encontré con un libro pequeño, de tapa azul y letras negras, su título decía más o menos así: “Teoría y táctica del movimiento comunista internacional”.  ¿De quién era?  Leí, “Liga anticomunista asiática”, exactamente lo contrario a lo que esperaba encontrar.  Seguí buscando y encontré otro libro, algo así como “Teoría y práctica del movimiento comunista”, el autor, no lo recuerdo, pero era un “gringo”, por alguna razón me di cuenta enseguida que debía desecharlo.  Estaba un poco desalentado, suponía que era poco probable encontrar lo que buscaba en esa biblioteca violada por los requisadores y “vaciada” por manos previsoras para “salvar” los libros valiosos que habían logrado “escapar” de los ojos y manos requisoras.  En un momento estiré mi brazo hacia uno de los estantes de abajo, mi mano se posó en un libro pequeño, lo fui sacando mientras notaba que una hoja más gruesa, luego supe que era la tapa, quedaba en el estante entre los otros libros.  Miré la primera hoja, estaba en blanco, pero cuando elevé la vista leí: “Proletarios de todos los países uníos”.  Pasé a la página siguiente y encontré una foto que la cubría por entero.  Un hombre calvo, de traje y corbata, de bigote y “perita”, bajé la vista, una firma ilegible.  Pasé a la página siguiente, la vista hacia abajo: “Pekín 1966”.  Subí una vez más la vista y leí: “El Estado y la Revolución” (el mismo ejemplar que aún conservo en la biblioteca y en el cual leí esta obra unas tres o cuatro veces).  Mis ojos siguieron subiendo y leyeron en rojo, “V.I. Lenin”.

    ¡Por fin te había encontrado! 

     ¡Para siempre!

 

ALDO SCARPA  MERCANT                             

Montevideo, 30 de abril de 2020

 

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